Hola gracias acompañarnos una vez más.

¿Cuántas veces nos dejamos deslumbrar por el brillo, la luz, la energía de otras personas y deseamos ser como ellas?

Hoy quiero contarte un cuento, para que analicemos juntas la luz, el brillo y la energía que está en nosotras, basta con buscarlas en nuestro interior.

Había una vez una manzana que siempre había querido ser una estrella. Nunca quiso ser una manzana. Se pasaba los días pensando, ilusionada, cómo sería una vida brillando desde el cielo.

Cada mañana, sus compañeras manzanas la invitaban a conversar y a contar divertidas historias. Reiteradamente, ella rechazaba la invitación, obsesionada como estaba con el deseo de ser una estrella rutilante.
Cuando llegó la época de la maduración, la manzana seguía defraudada porque su sueño no se había hecho realidad. No era capaz de sonreír, ensimismada en su tristeza. No era feliz.

Una familia de vacaciones se refugió bajo la copa del manzano, buscando una sombra protectora de los rayos del sol. En medio de la amena conversación, el padre de familia agitó violentamente el tronco del árbol. Y cayeron varias manzanas, entre ellas la triste manzana que quería ser estrella.

Una de los niñas la cogió y comprobó que estaba madura. Era una hermosa manzana. La niña estaba feliz. Le pidió un cuchillo a su mamá. La niña partió con cuidado la manzana de forma transversal, no del tallo al hoyuelo, sino en horizontal. Y quedó asombrada al ver la estrella de cinco puntas que aparecía en el corazón de la manzana. Y gritando, llamó la atención de toda la familia:

– Mirad, mirad, qué maravilla. Aquí hay una estrella.

La manzana había vivido triste toda la vida sin darse cuenta de que dentro de sí, guardaba una hermosa estrella y de que, para mostrarla, tenía que abrirse y brindarse a los demás.

APLICACIÓN:

Mateo 22:36-40 – Jesús nos dio en una ocasión dos grandes mandamientos: (1) Amar a Dios con todo tu corazón, alma y mente, (2) Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismo – no hay un tercer mandamiento de amarse uno mismo. Jesús está diciendo, “como ya te amas a ti mismo” lo que indica un estado de existencia en la actualidad, no un mandamiento. Jesús sabe que ya nos amamos a nosotros mismos y por lo tanto nos ordena amar a los demás con ese mismo compromiso.