Claro que sí. A esta conclusión se llega al examinar con detenimiento varios textos, de los cuales tomaremos solamente dos. El primero se encuentra en Mateo 17:1-8 donde dice. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.

Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis.”

Moisés y Elías habían muerto siglos antes del evento relatado en este pasaje bíblico, sin embargo, cuando los dos aparecieron acompañando a Jesús en su transfiguración, Pedro, Jacobo y Juan los reconocieron sin ningún problema. Esto nos lleva a pensar que es factible reconocer a los que están en la gloria de Dios. La segunda cita bíblica que apoya la conclusión que nos reconoceremos mutuamente en el cielo está en 2 Samuel 12.

Como antecedente, Dios había determinado hacer morir al hijo que David había tenido en una relación adúltera con Betsabé. Cuando David lo supo, rogó a Dios por el niño y ayunó y pasó la noche acostado en tierra. Mas al séptimo día murió el niño. Entonces David se levantó de la tierra, se lavó, se arregló, cambió sus ropas y se fue al templo a adorar a Dios.

Un hermoso ejemplo de aceptar con buena disposición la voluntad de Dios. Luego David entró en su casa, pidió algo de comer y comió. Los siervos de David estaban perplejos y cuestionaron a David diciendo: ¿Qué es esto que has hecho? Por el niño, viviendo aún, ayunabas y llorabas; y muerto él, te levantaste y comiste pan.

Ahora note con atención la respuesta de David. Se encuentra en 2 Samuel 12:22-23 donde dice: “Y él respondió: Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí.”

La esperanza de David era que algún día iba a estar donde estaba su hijo recientemente muerto. La implicación obvia es que David confiaba que reconocería a su hijo en la gloria. Sobre la base de al menos estas porciones bíblicas, descansa la conclusión que en la gloria del cielo podremos reconocernos mutuamente.

Pero sobre todo, allí en la gloria me espera el encuentro personal con mi amado Salvador, el Señor Jesucristo. Qué grandioso será aquel momento. Allí también estarán todos los grandes hombres de Dios que nos han servido de aliento en mi vida espiritual. Hombres como Noé, Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, los apóstoles y tantos otros más.