Juan 3:5 dice: “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”

Estas son las palabras de Jesús dirigidas a Nicodemo, un fariseo maravillado y confundido con el dicho de Jesús en cuanto a que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

Sin entender lo que Jesús estaba diciendo, el fariseo replicó: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?

Jesús entonces explica a Nicodemo que, el nacer de nuevo del que él estaba hablando no tiene que ver con el nacimiento físico, sino con el nacimiento espiritual. Jesús dijo que era un nacimiento de agua y del Espíritu. Cuando Jesús habla del agua, está usando esta palabra en un sentido figurado.

El agua es un símbolo de la palabra de Dios. De esto da amplia evidencia la Biblia. Por ejemplo, note lo que dice Efesios 5:26: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” El apóstol Pablo está hablando del cuerpo de Cristo que es la iglesia. Dice que la iglesia ha sido purificada en el lavamiento del agua, ¿por qué? o ¿por medio de qué? Pues por medio de la palabra de Dios.

La misma idea aparece en Santiago 1:18 donde dice: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” Queda claro entonces que el agua representa el poder limpiador de la palabra de Dios.

Pero la palabra de Dios, con todo su poder limpiador, no puede producir por sí sola la salvación o el nuevo nacimiento en el pecador. Se necesita también la intervención del Espíritu Santo. Esto se hace evidente en textos como Tito 3:5 donde dice: “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”.

De manera que, el nuevo nacimiento, sin el cual nadie puede entrar en el reino de Dios. Es una obra de la palabra de Dios realizada en el alma de una persona en el poder del Espíritu Santo.

De aquí parte aquel concepto tan importante y tanútil en nuestra tarea de guiar a otros a los pies de Cristo. Es vital que lo hagamos utilizando la palabra de Dios y dependiendo del poder del Espíritu Santo.

Mientras estamos compartiendo el mensaje del Evangelio, es necesario que la persona que está escuchando, oiga con entendimiento. Si es posible lea por sí misma lo que la Biblia dice sobre su condición espiritual. Sobre el peligro en el que se encuentra, el destino de su alma si no recibe el perdón de sus pecados. Acerca del amor que Dios le tiene, sobre lo que hizo Jesucristo por esa persona. Sobre la resurrección de Jesucristo. Sobre la necesidad que esa persona crea a Dios y lo demuestre por medio de recibir a Cristo como Salvador.

Si la persona deja que la palabra de Dios penetre a lo más íntimo de su corazón, y el Espíritu Santo hace su obra sobrenatural de plantar. Por decirlo así, esa palabra en el corazón de la persona. Entonces habrá nuevo nacimiento, de otra manera, la persona seguirá en el estado de muerte espiritual.