El perdón amable presupone que ha habido un arrepentimiento genuino. El verbo arrepentirse en el Nuevo Testamento es la traducción de un verbo griego que literalmente significa “cambiar la mente” Esto tiene que ver con un cambio absoluto de la manera de pensar en cuanto al pecado cometido.

El pecador tiene que ver el pecado como Dios lo ve, como algo vergonzoso, algo ruin, algo bajo. Un creyente genuinamente arrepentido, jamás justificará su pecado con razonamientos como: “Es que no me quedaba otra cosa por hacer” o “fui débil” o “la tentación fue demasiado fuerte” o “no pude resistir” Nada de esto. Un creyente genuinamente arrepentido simplemente dirá: He pecado, lo que hice ofendió gravemente a Dios. Esto es arrepentimiento genuino.

El arrepentimiento es más cuestión de la mente que de las emociones. Es reconocer el mal que hicimos sin poner ninguna excusa. A veces este reconocimiento está acompañado de dolor al punto de derramar lágrimas, pero las lágrimas por sí solas no denotan necesariamente genuino arrepentimiento cuando falta ese cambio de mente que significa arrepentimiento.

El arrepentimiento genuino por el pecado cometido debe estar seguido de confesión. La confesión es un paso más allá del arrepentimiento. Por medio de la confesión estamos admitiendo lo que hicimos ante Dios quien de antemano sabe lo que hicimos. La confesión es equivalente a sacar a la luz el pecado cometido. El verbo confesar en el Nuevo Testamento es la traducción de un verbo griego que significa “hablar lo mismo” Al confesar a Dios un pecado, estamos hablando lo mismo que Dios sobre ese pecado.

Estamos reconociendo nuestra culpa absoluta. Estamos reconociendo la gravedad de lo que hicimos. Por el pecado cometido Cristo tuvo que sufrir lo indecible en la cruz del calvario. La confesión tiene que ver con pronunciar palabras a Dios en oración acerca del pecado que cometimos y como ese pecado afectó la santidad de Dios.

El arrepentimiento y la confesión, abren la puerta para que Dios trate con misericordia al pecador, por medio de otorgarle perdón y limpieza. 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. Un arrepentimiento genuino y una confesión genuina producen perdón de parte de Dios y además de perdón, una conciencia limpia. Pero no olvide que todo el proceso comenzó con un arrepentimiento genuino.

Si un creyente cambia su manera de pensar en cuanto al pecado cometido, mirándolo como Dios lo ve, ¿cómo es posible que siga viviendo en ese mismo pecado? La permanencia en el pecado del cual supuestamente se ha arrepentido, es la evidencia de que el arrepentimiento no ha sido genuino, porque de haber sido genuino, el creyente se hubiera apartado de ese pecado.

Esto es lo que se desprende de textos como Proverbios 28:13 donde dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” Encubrir el pecado denota falta de arrepentimiento. Sacar a la luz el pecado denota arrepentimiento genuino. Un creyente genuinamente arrepentido procederá a confesar a Dios su pecado.

La veracidad o autenticidad del arrepentimiento y la confesión quedarán evidenciados por el apartarse del pecado. Mas el que los confiesa y se aparte alcanzará misericordia dice el texto. El trato misericordioso de Dios al pecador que se arrepiente y confiesa con sinceridad es el perdón de pecados.