Sabemos que cuando un creyente muere, inmediatamente va al cielo. Eso es lo que dice la palabra de Dios. Siendo así, entonces ¿por qué es que en el arrebatamiento los creyentes que han muerto resucitarán y serán arrebatados para estar para siempre con el Señor en el cielo? ¿No es que ya estaban en cielo cuando murieron? Por favor, explíqueme.


Para comprender este asunto es necesario reconocer que el ser humano comprende espíritu, alma y cuerpo. Espíritu y alma son los componentes inmateriales del ser humano. Cuerpo es el componente material del ser humano. El espíritu y el alma moran en el cuerpo mientras el cuerpo está vivo, pero cuando ocurre la muerte física, se produce una separación entre la parte inmaterial, espíritu y alma, y la parte material, el cuerpo. Cuando muere un genuino creyente, también se produce esta separación.

Veamos lo que pasa con el espíritu y alma de ese creyente que muere. 2 Corintios 5:6-9 dice lo siguiente: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables”

El espíritu y alma del creyente puede morar en uno de dos lugares, bien sea en el cuerpo, mientras el creyente vive, o bien sea ante el Señor, en el cielo, cuando el creyente muere físicamente. Eso es lo que está diciendo el pasaje leído. Tenemos entonces que en el instante mismo que el creyente muere, su espíritu y alma va al cielo para estar con el Señor.

Ahora veamos qué es lo que pasa con el cuerpo de un creyente que muere. 2 Corinitos 5:1 dice: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”

En cuanto al cuerpo del creyente cuanto muere, Pablo dice que el cuerpo o nuestra morada terrestre, o nuestro tabernáculo se deshace. El cuerpo del creyente que muere va a la tumba o al sepulcro y allí se deshace. Se cumple las palabras de Génesis 3:19: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”

De modo que, entre el instante que un creyente muere y el instante de la resurrección de los muertos, tenemos la siguiente situación. El espíritu y alma del creyente, mora en el cielo con el Señor. Observe que el creyente no tiene cuerpo. Es una existencia incorpórea. El cuerpo del creyente está en la tumba, o el sepulcro, deshecho, o hecho polvo.

Pero la promesa de Dios a los creyentes no fue sólo redimir su espíritu y su alma, sino todo su ser, incluyendo el cuerpo. Pues esto ocurrirá en el arrebatamiento cuando resucitarán los creyentes que han muerto.

En el instante del arrebatamiento, los cuerpos muertos de los creyentes recibirán vida, llegarán a ser cuerpos glorificados, adecuados para morar en el cielo. De eso se trata la resurrección. A partir de este momento, los creyentes muertos ya no seguirán teniendo esa existencia incorpórea, sino que morarán en el cielo con cuerpos glorificados.

En resumen, entonces, entre la muerte y la resurrección de un creyente, el espíritu y alma de ese creyente moran en el cielo incorpóreamente, o sin cuerpo. En el arrebatamiento, Dios resucitará los cuerpos muertos de los creyentes, y a parir de ese momento, los creyentes que murieron físicamente recibirán sus cuerpos glorificados. Entonces en el cielo habrá seres con espíritu, alma, y cuerpo glorificado.