¿Quiénes dijeron este libro entra en la Biblia, este otro no? O ¿este va primero, este otro va después? ¿Hay actualmente pruebas tangibles y contundentes de cómo se armó la Biblia?

El tema que plantea es parte de lo que los teólogos llaman la canonicidad de la Biblia. Esta palabra proviene de la palabra “canon” que viene del vocablo griego kanón y este a su vez procede de la palabra hebrea kahneh que se traduce como caña o vara para medir. La Biblia contiene la lista de libros reconocidos, que han sido medidos por una cierta norma o medida; y por eso ha llegado a ser la medida para otros libros.

La base de nuestra aceptación del Nuevo Testamento es lo que llamamos, en lenguaje técnico, su carácter apostólico; por cuanto los libros procedieron bien sea de apóstoles escritores, o por medio de la sanción de los apóstoles. En cuanto al Antiguo Testamento, la razón fundamental es la convicción de que ciertos libros provinieron de hombres que fueron divinamente inspirados para revelar y transmitir la voluntad de Dios, los profetas. Los profetas fueron reconocidos como expositores de la voluntad de Dios, y sus escritos fueron considerados como inmediatamente autoritativos. La mejor ilustración de esto se halla en Jeremías 36 en donde las palabras del profeta fueron reconocidas de inmediato como revestidas de autoridad.

Cada libro tuvo esta autoridad en razón de su fuente profética. Luego estos libros gradualmente fueron compilados en un solo volumen. Así, el Antiguo Testamento representa aquellos libros que Israel aceptó, sobre apropiada evidencia, como la norma divina de fe y práctica, debido a que fueron escritos o producidos por hombres proféticos. No fue la decisión de la gente lo que causó canonicidad, sino que la canonicidad suscitó su aceptación por parte de la gente. La autoridad vino de Dios a través de los profetas, y el reconocimiento de parte de la gente fue efecto de la canonicidad. Lo que la gente hizo fue pesar la evidencia, y el resultado fue testimonio antes que fallo o sentencia. De la misma manera, los libros del Nuevo Testamento fueron señalados como de origen apostólico. Esto puede haber sido autoría o sanción, pero no hay duda que la norma primaria de verificación y aceptación fue la creencia de que estos libros provenían de hombres de carácter apostólico, bien sea apóstoles ellos mismos o sus asociados.

De modo que el cimiento de la canonicidad no fue meramente la antigüedad, o la verdad, o la utilidad de los libros, sino, por encima y antes que estas características, porque procedieron de instrumentos de la voluntad de Dios calificados en forma única.

Bien se ha dicho que la Biblia no es una colección autorizada de libros, sino una colección de libros autorizados. Esta distinción es vital. Es esencial recordar que la cualidad que determina la aceptación de un libro es que posea revelación divina. De modo que la canonización no elevó un libro a la posición de Escritura, sino que reconoció lo que ya era Escritura. La canonización fue una decisión basada en el testimonio y el proceso de incluirlos en el canon fue el reconocimiento de un hecho ya existente. Es verdad, por supuesto que el proceso de canonización por parte de la iglesia entera implica una autoridad acumulativa y añade inmensamente fuerza a la posición, representando el testimonio del cristianismo entero; pero nunca debe olvidarse que la autoridad de cada libro separado estaba en el mismo libro desde el principio.