“El SEÑOR omnipotente me ha concedido tener una lengua instruida, para sostener con mi palabra al fatigado… y también me despierta el oído, para que escuche como los discípulos.” Isaías 50:4

Existe un llamado universal, moral y divino a preocuparnos los unos por los otros. Aunque nuestra tendencia natural sea reprimir ese llamado en medio de esta sociedad competitiva y materialista en la que vivimos, ese llamado es real, es humano y es necesario.

Sé que lamentablemente se nos está anestesiando el corazón y nos hemos tornado insensibles a las necesidades ajenas. Cristo, el Hijo de Dios, vino a este mundo para cambiar esa realidad, para redimir nuestros lastimados corazones cargados de orgullo y de competitividad y enseñarnos a sobrellevar los unos las cargas de los otros. Éstas fueron sus palabras más repetidas. Hacemos oídos sordos, lo sé.

Pero eso está mal, muy mal. Gracias a Dios, todavía hay quienes se involucran en las vidas de aquellos que claman por asistencia. A veces ese clamor es inaudible al oído común, pero perceptible al sentido desarrollado de quienes lloran con los que lloran.

Para ser efectivo en la tarea de acudir a este llamado, debo primero aprender yo a escuchar. Sí. No pretendas escuchar a otros y comprenderlos si tú no sabes escuchar. Principalmente a Dios.

Es entonces cuando entra en escena nuestro texto sagrado del profeta Isaías: El SEÑOR omnipotente me ha concedido tener una lengua instruida, para sostener con mi palabra al fatigado… pero también me despierta el oído, para que escuche como los discípulos.

Alguien dijo con verdad que cuando deje de tener oídos para escuchar como un discípulo de Dios, entonces dejará de ser maestro de los hombres. ¡Cuánto daño se ha hecho y se continúa haciendo al “meterse” en la vida de otros, tal vez con buenas intenciones, pero con una mala capacitación!… Y no me estoy refiriendo a ser consejero profesional y matriculado para entonces dar una mano al prójimo. Pero, repito lo antes citado, no puedo ser maestro de los hombres si no soy cada mañana discípulo de Jesús.

Pensamiento del día:

Si no estoy dispuesto a abrir mi oído ante Dios, tampoco debería abrir mi boca ante los hombres.