“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a otros.” 2ª Corintios 1:3-4

El sufrimiento es universal en todas las culturas. Por mi ministerio en Ecuador he entrado incontables veces, y lo sigo haciendo, a la selva amazónica.

Allí viven comunidades aborígenes que, aunque tienen un estilo de vida social totalmente diferente al nuestro, experimentan dolores, traumas y pesares similares: la traición, la desesperanza, el suicidio, el abandono de hogar, los celos, la venganza tribal, el orgullo y todo el consecuente sufrimiento que estas patologías humanas arraigadas en el mismo ser conllevan.

Nadie puede aliviar por completo el sufrimiento, pues su causa es el pecado. Antes de que Cristo fuera a la cruz del calvario a los discípulos se les advirtió que el sufrimiento llegaría. Pero la buena noticia del evangelio es que Dios, quien permite el sufrimiento, es el que también produce el consuelo.

Si dejáramos de luchar y quejarnos por buscar una salida a nuestras pruebas podríamos empezar a disfrutar el consuelo de Dios en medio de la tribulación, porque la única esperanza de desligarnos del sufrimiento será cuando Cristo regrese. Es un alivio saber que aquel que nos salvó es el mismo que da, permite y controla el sufrimiento y las persecuciones.

Es erróneo enseñar que si un creyente tiene suficiente fe nunca enfrentará pruebas. Pablo pudo decir que los sufrimientos de Cristo encontraron un lugar en su cuerpo y en su alma.

Es bueno pedir que oren por liberación, pero él instruyó a sus amigos que acepten la dificultad como parte de la íntima asociación con Cristo.

Es que la consolación de Cristo abunda en medio de nuestras tribulaciones, dice 2ª Corintios capítulo 1 versículo 4-5. Es ese el lugar en el que descubrirás al “Padre de misericordias y Dios de toda consolación”. Fíjate que no dice “de algunas consolaciones”, sino de “toda” consolación.

No existe prueba, tribulación, necesidad o dolor que no venga adjunta con la dosis súper abundante de consuelo, sanidad, estímulo y compañía de Jesús. “Porque de su plenitud tomamos todos, la sobredosis de gracia necesaria para cada situación”. San Juan 1:16

Pensamiento del día:

El mismo que te mete en el horno es quien tiene su vista puesta en el reloj y en el termostato.