“Oye atentamente mi oración Señor, oye mi urgente clamor. A ti clamaré cuando esté en apuros y tu me responderás.” Salmo 86:6 -7

Teresa de Ávila (1515-1582) fue una monja española. Se caracterizó por su profunda vida de oración y servicio en el siglo XVI. Se cuenta que cierto día, mientras viajaba en una carreta tirada por bueyes, se cayó en un arroyo lodoso. Esta mujer devota y gentil, fundadora de la orden de las carmelitas descalzas, se levantó del suelo mientras amenazaba a Dios con el puño y a la vez exclamaba: “Si así tratas a tus amigos, ¡con razón no tienes muchos…!”

¿Te parece inapropiada esta exclamación a Dios? Entonces debería sorprenderte también que el rey David expusiera sus quejas, las cuales quedaron grabadas en muchos de sus salmos. O también te asombraría un profeta como Isaías que se animaba a preguntar: “¿Hasta cuando Señor?”.

O un Juan el Bautista que inquirió: “¿Eres tú el Cristo o esperaremos a otro?” Más aún te indignarías con el ladrón de la cruz que se atrevió a injuriar al Señor: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo”. Y así podríamos asociar tantas experiencias de hombres y mujeres como tú y como yo que no respetaron demasiados protocolos de presentación para expresarle a Dios lo que sentían.

Quizá creas que Jesús está muy ajeno a tus emociones y te pide que reprimas las que no encajan con lo cordial, lo sagrado o lo limitado al clima religioso. Pero no es así. Él entiende nuestros corazones y recibe nuestras quejas, nuestros dolores y confusiones tanto como nuestro agradecimiento, alegría y seguridad. Todo, absolutamente todo tiene sentido en Él. No hay formas correctas sino una correcta forma de encontrarnos con su persona en medio de lo que sintamos o pensemos. Si hay confusión, díselo.

Si hay enojo, manifiéstaselo. Si hay dolor, permite sentirlo. Si hay queja, Él será el mejor receptor. Recuerda que Jesús en su condición de Hijo, también se refirió al Padre diciéndole “¿Por qué me has desamparado?” Solamente en esta sinceridad con
Dios se construye una relación auténtica y significativa.

Devociones absurdas llevan a relaciones vacías.

Devociones sinceras, a relaciones profundas.