Es común, hoy en día, escuchar el argumento de que los pecados que he cometido son menores, insignificantes: “pecadirijillos”, diría Ned Flanders, vecino de Homero Simpson.

Cristo acaba de decir, en el Sermón del Monte: que aun los pecados menores como el simple hecho de insultar, bastan para convertirnos en reos del infierno de fuego (Mateo 5:22, 29). Es así porque los pecados que cometemos, aun los «pequeños», ponen de manifiesto que hemos contraído la gran enfermedad de la “lepra del alma”: El pecado.

Son como las llagas del leproso: son los síntomas externos de un mal interior que ya está bien asentado en nosotros.

El problema no es solamente curar las llagas —hasta cierto punto, el esfuerzo humano y las buenas intenciones pueden hacerlo—, sino llegar al fondo de nuestra enfermedad y extirparla de raíz. El pecado, como la lepra, también nos desfigura. Nos miramos en el espejo de la Palabra de Dios y lo que vemos nos desgarra: tendríamos que reflejar la hermosura de Dios, pero en todas partes aparecen las llagas ulcerosas de nuestro egocentrismo y nuestra injusticia.

El pecado levanta infranqueables barreras de separación entre la gente. Basta con mirar las noticias para ver que nuestro mundo está plagado de guerras, actos de violencia, odios seculares, rivalidades raciales y envidias endémicas.

Basta con mirar nuestras propias relaciones deterioradas para ver que no somos capaces de sostener el nivel de amistad, aceptación mutua, buena comunión y ayuda mutua que, en principio, deseamos.

Pero, sobre todo, el pecado nos excluye de la gran sociedad que es la meta y culminación de la historia: el reino de Dios. La lepra conducía a la expulsión de la sociedad terrenal; nuestra enfermedad moral nos conduce irremisiblemente a ser excluidos para siempre de la ciudad celestial.

En los descampados, donde habitaban los leprosos, se podía oír el llanto de los enfermos, que sentían su soledad y su desamparo. En el terrible descampado del infierno se oirá el lloro y el crujir de dientes de los que no han acudido a Cristo para ser sanados.

Pensamiento del día:

Por mucho que intentemos maquillarnos para que la gente sólo vea nuestro aspecto hermoso, si alguien rasca nuestra superficie la fealdad aparece.