Salomón ha sido un rey de la antigüedad. El más sabio del mundo de todos los tiempos. Su inteligencia era un don divino. Superaba a todos los reyes. No se comparaba a ningún otro. Así escribe un libro muy interesante llamado el Eclesiastés en el cual concluye cómo es la vida del hombre “debajo del sol”. Describe la realidad tal cual es y tal cual la vive cualquier ser humano “Debajo del sol”. Esta frase la repite 29 veces en su libro. Otras que recurren son “Miré”, “Dije en mi corazón”, “sucede” y “Vanidad”. En uno de sus capítulos, el número 9 declara un principio general que nunca falla. Dice así: “Me fijé que en esta vida la carrera no la ganan los más veloces, ni ganan la batalla los más valientes; que tampoco los sabios tienen qué comer, ni los inteligentes abundan en dinero, ni los instruidos gozan de simpatía, sino que a todos les llegan buenos y malos tiempos”.

Muchas veces construimos lógicas equivocadas en nuestro esquema de pensamiento. Decimos que, si hacemos las cosas bien, nos debe ir bien. Que si nos esforzamos en nuestro trabajo seremos siempre exitosos y reconocidos o que, si somos buenos y justos, nos sucederán cosas buenas y justas. El “Predicador” destaca en este versículo la ironía de la vida. No siempre es así. Quedarnos con esa lógica rígida no nos capacita para lo impredecible. Entonces, cuando las cosas no salen como creemos que “Deberían salir”, nos enojamos contra Dios, contra la vida y con nosotros mismos también. Quizá lo que el predicador en este libro nos deja para reflexionar es que debemos incluir la otra cara de la moneda. No quedarnos nada más con un aspecto de la realidad debajo del sol sino entender que todo, tanto lo bueno como lo malo, nos puede suceder a “Todos’, justos e injustos. De todas maneras, no es excusa para ser irresponsables, sino que es la mejor razón para enfocarnos en la vida de un modo coherente y predecible, sabiendo que Dios tiene el control de todo “Debajo del sol” y por encima también.

Los imprevistos también ocupan espacio