A nadie le gustan las personas presumidas, que siempre andan hablando de sí mismas. En cambio, todo el mundo prefiere a las personas sencillas y naturales. Los que son realmente grandes, están contentos de pasar inadvertidos. Tienen más interés en lo que están haciendo que en sí mismos, y no les importa que no se les reconozca siempre que el trabajo se haga.

Una vez, un gran pedagogo y filántropo alemán de nombre Juan Federico Oberlin, cruzaba los Alpes por un paso de invierno cuando fue sorprendido por una gran tempestad. Se perdió completamente y hubiese muerto de no haber sido hallado por un viajero desconocido que pasaba por allí y le condujo a la ciudad más cercana. Una vez a salvo, Oberlin quiso recompensar a este hombre, pero él negó toda dádiva. “Bueno, al menos dime tu nombre”, dijo Oberlin, “para que me acuerde de ti en mis oraciones.” El viajero tampoco accedió a ello, aunque Oberlin le insistía mucho. Por último dijo: “Bien, te diré mi nombre con una condición.” “Dime”, contestó el alemán “Que tú me digas el nombre del Buen Samaritano” “¡No puedo, nadie lo sabe!” contestó Oberlin. “Pues tampoco necesitas saber el mío”, concluyó el viajero. Él no quería reconocimiento, sólo ayudar.

¿Sabes? A algunas personas la grandeza les queda grande. Viven haciendo alarde de sus conquistas y no se dan cuenta de que, haciendo eso, sólo le restan brillo a sus logros. Mis conquistas y virtudes brillan más cuando son alabadas y elogiadas por otras bocas y no por la mía propia. Por eso, el Señor dice en Proverbios 27:2: “Deja que sean otros los que te alaben; no está bien que te alabes tú mismo”. La humildad es una virtud imprescindible para ser grande. Una vida de servicio desinteresado es la base para la felicidad. Esa es la esencia misma del evangelio fundado por “Aquel que siendo rico se hizo pobre para que nosotros por su pobreza, fuésemos enriquecidos.” 2° Corintios 8:9.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

A ALGUNAS PERSONAS, LA GRANDEZA LES QUEDA GRANDE.