Nuestros deseos definen nuestro estilo de vida.

Los deseos son algo así como motores internos que ponen en marcha muchos mecanismos de tracción hacia adelante.

Nos mueven a hacer, pensar, crear y buscar modos diferentes y posibles para satisfacerlos. Impactan en nuestras relaciones vinculares, en nuestro trabajo, en la administración del tiempo y de nuestras fuerzas. ¿A dónde se dirigen tus deseos?

Quizá en orden de prioridades gane el primer puesto el bienestar económico, luego la salud y también el éxito en el amor ocuparían la lista. El rey David, el autor de este Salmo, entendía muy bien la mecánica de los deseos. Seguramente eso lo ha llevado a pensar, a preguntarse y a encontrar algunas certezas que hoy las recibimos a través de la Verdad de la Palabra de Dios.

Encabeza su consejo diciéndonos: “No se inquieten, no se impacienten”. Justamente es todo lo que nos ocurre cuando se nos hace difícil alcanzar nuestros deseos.

Lo que nos viene a la experiencia es inquietud, impaciencia y hasta llegamos a montarnos en ira cuando la espera se ve frustrada y no logramos tener lo que deseamos. Pero no se queda con las advertencias negativas porque sabe que pedir quietud y tranquilidad en la desesperanza es casi imposible.

Entonces dice: “Deléitense en Dios y Él concederá los deseos de nuestro corazón”

¿Parece una fórmula mágica? ¿Son las palabras que aseguran que el genio salga de la lámpara para hacer lo que egoístamente pedimos y demandamos? Dios no se maneja de esta forma.

Hoy muchos se confunden creyendo que, si piden lo que sea, Dios que “Es tan bueno” está obligado a conceder lo que creemos que es nuestra necesidad.

Luego, si Dios “no cumple” se enojan, se llenan de ira y se sienten decepcionados. Sin embargo, el principio correcto es que solo cuando nuestra relación con la persona de Dios se traduce en un deleite o en un disfrute, Sus deseos se tornan nuestros deseos. Él pone en nuestro corazón lo correcto, lo que tiene que ver con su Persona. Y si confiamos… entonces, Él hará.

Pensamiento del día:

No pretendas que las cosas ocurran como tú quieres. Desea, más bien, que se produzcan tal como Dios quiere, y serás feliz.