Mi país, Argentina, disfruta de una Geografía maravillosa. Llanuras, montañas, sierras, mesetas ríos y mares dan un marco bellísimo a las diferentes regiones que la componen. Entre dichos ríos, el Paraná, es uno de los más importantes, no solo en el suelo argentino sino en América del Sur. Moviliza un caudal de 16 000 metros cúbicos por segundo y una longitud total de 2570 Km. Recorrerlo es emocionante. Disfrutar de todo lo que ofrece, desde sauces de todo tipo, pájaros multicolores y hasta algunos yacarés escondidos entre los manglares, es parte del paseo por estas aguas. Sin embargo, así como es maravilloso también puede ser peligroso por los numerosos remansos, o también llamados remolinos que son una trampa perfecta para aquellos que no conocen el río. Caer en uno de ellos es muerte segura ya que giran alrededor de una depresión central que arrastra los objetos del entorno hacia el centro, lo cual hace que esta cavidad aumente su tamaño cada vez más sin dejar escapatoria.

Así también nuestras vidas nos pueden presentar centros de atracción que nos tienden trampa. Hay remansos que quizá ni percibimos pero que pueden ser tramposos. Situaciones, apegos, relaciones, hábitos o decisiones que desde la superficie no se ven peligrosos; pero basta con caer en medio de ello para no poder salir con facilidad. Tenemos que admitir que ciertas cosas nos tiran hacia abajo. Percibir que, sin darnos cuenta, podemos caer en engaños que hunden nuestras vidas al fracaso, a la desesperación y el ahogo. Es necesario conocer bien y mirar mejor por donde andamos. Los pasos que damos cada día pueden llevarnos por aguas seguras hacia las orillas de nuestras metas o frustrarlas. Depende de nuestras decisiones, del enfoque de nuestras emociones y de la determinación a no ceder ante las pequeñas cosas que pueden dejarnos atrapados en amargura, vicios u otros daños aún mayores. Jesús nos promete una vida de victoria y de libertad en Él.

Vive tu vida como trampolín y no como remanso