¿Cuántas veces intentaste dejar atrás un mal hábito, un vicio o un error para volver a hacerlo otra vez?

Un día te levantas decidido a no hacerlo más para empezar de nuevo al día siguiente.

Luchas, pides ayuda, escribes frases motivadoras y hasta estudias de memoria algunos textos de la Biblia que refieren a tu causa; pero tu pecado está ahí presente con la misma fuerza e intensidad de siempre. Seguramente el apóstol Juan sabía de esto.

En su carta número 1 escribe lo siguiente:” Todo aquel que permanece el Él no peca”. Rotundo, contundente y declaratorio. No deja lugar a agregar nada más.

Desde el momento en que nos dejamos convencer por el error y nos acomodamos a una percepción equivocada de nosotros mismos, el pecado nos gana terreno. Bajamos la guardia ante aquello que no logramos modificar y tomamos una forma distorsionada de nosotros mismos.

Cedemos ante lo que no podemos cambiar. Nos desanimamos y desistimos de próximos intentos. Este texto nos confronta con una verdad que puede ayudarnos. Si cada día recordamos que Jesús vino al mundo, se hizo hombre, dejó las glorias eternas junto al Padre y sufrió la cruz para deshacer las obras del diablo, entonces quiere decir que Él ya trató con esto y consumó la obra. Satanás está vencido por Su muerte.

Ser santos es posible porque Jesús lo hizo posible. Nuestra actitud no debe estancarse en una lucha inútil contra el pecado sino en un “Rechazo declarado” contra el mismo. Que nada que no sea santo ocupe nuestra mente, nuestras emociones ni nuestros cuerpos.

Eso es dependencia y permanencia en Él. Más allá de que nuestra experiencia a veces nos deje derrotados y volvamos a pecar, recordemos una y otra vez el propósito de Su venida; porque Él apareció para quitar nuestros pecados y librarnos de toda maldad.

Pensamiento del día:

La verdadera libertad es hacer lo correcto.