Antes de la caída en el Edén el hombre podía o no podía pecar. Tenía poder de elección, inclusive podía, si así lo deseaba, no pecar. Pero luego de que el pecado entró en él por su mala elección, y a través de él pasó a todos los hombres, ya el hombre no tenía opción.

Ya no podía no pecar. Vivía atado a su ahora dañada naturaleza humana corrompida, que pasó a llamarse naturaleza pecaminosa. Esta condición persistió hasta que entró en el escenario del mundo el “Postrer Adán”, Jesucristo, ofreciendo su nueva vida, la nueva naturaleza de Dios, a disposición de todo aquel que cree. Él demostró con su vida que fue capaz de cumplir toda la ley y vivir sin pecar.

A partir de entonces, todos los que han depositado su confianza en Él, recuperamos aquella condición perdida en el Edén y podemos también decirle: “No” al pecado, pues este ya no se enseñorea más de nosotros.

Podemos no pecar. De hecho, dice de manera tajante el apóstol Juan en su carta, que “el que permanece en Él no peca.”

Como puedes ver, todo cambió hace 2000 años, desde que Dios decidió encarnarse en la persona bendita del Salvador Jesús, para venir a decirnos que la maldición del pecado ya fue quitada del medio.

El acceso a Dios ahora está restaurado, fue cambiado de una posición de enemistad a una de reconciliación, de una discapacidad en reflejar la gloria de Dios a una oportunidad de ser reflejo de su gloria y de su amor siendo hechos hijos de Dios.

Este hecho cósmico cambió radicalmente la realidad del ser humano, el poder del pecado, la historia y hasta el cielo mismo. Sí, todo lo que hay en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra fue modificado, bendecido y restaurado, aunque todavía no vemos el efecto total de Su obra, pero lo aceptamos por la fe. También tu experiencia personal de vida puede y debe cambiar desde el momento que tienes el encuentro personal con Dios.

Pensamiento del día:

Cristo dividió la historia en dos. ¿Y tu historia?