Dijo Abraham Lincoln: “Al final lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años” el implacable paso del tiempo nos trae finitudes. Se acaban ciertos privilegios que gozábamos en los años jóvenes.

La vista se acorta, las canas invaden territorio, los músculos se ponen más flácidos y las arrugas nos avisan todos los días que los años están pasando. Pero eso no es la vida.

La vida habita en nuestro espíritu desde que Dios mismo sopló aliento en la creación. Lamentablemente vivimos en un contexto socio-histórico que asocia la vida con la juventud y solamente con eso. Tal es así, que muchos invierten fortunas en la batalla contra el paso del tiempo. Se esfuerzan por no envejecer. Se someten a dolorosos y costosos tratamientos en pos de seguir siendo siempre jóvenes. Pero te repito” La vida no consiste en eso”

La vitalidad es producto de una actitud ante tu existencia. Cada uno de nosotros, vivencia el paso del tiempo de modo singular y único.

Aceptar cada ciclo vital es señal de madurez e inteligencia. Pretender negarlo, es defensivo ante el dolor que producen las pérdidas propias de la juventud. Saber situarnos ante el paso de los años, nos enfoca hacia un proyecto posible, aunque quizá diferente al de otras épocas.

La mujer de nuestra historia, Sara, había recibido una promesa de Dios en su vejez. Más allá de su edad avanzada, Dios los había elegido a ella y a Abraham para ser padres de la nación hebrea. Esto resultó increíble y extraño para ella, sin embargo, se puso en las manos de Dios y la promesa se hizo realidad. Me pregunto ¿Por qué fue elegida ella y no una mujer más joven?. Simplemente porque para Dios valemos más allá del paso del tiempo.

PARA PENSAR:

Se pasó la vida esperando que sucediera algo maravilloso y lo más maravilloso que pasó fue la vida.