De los patriarcas más nombrados en las páginas del relato bíblico, un factor común salta a la vista. Quizás pensarás que sea su elocuencia, su entrega total al ministerio, su poder en decidir y manejar situaciones diversas o el alcance de sus logros.

Para sorpresa te cuento que no. No fue tanto lo lejos que llegaron como lo fue la forma en que caminaron. Justamente este es el factor común al que me refería. Veamos.

De Enoc se dice que “Caminó con Dios”. De Noé se dice: “Y caminó Noé con Dios”. De Abraham se dice que “Era amigo de Dios”. ¿Lo puedes ver? No hicieron milagros, no cautivaron multitudes reuniéndolas bajo su liderazgo. Enoc… Solito. Él y su Dios. Noé, apenas una congregación de ocho personas (su familia¬). Abraham: Sara su esposa, su sobrino por un tiempo, su hijo y… ¡Su Dios! ¡Siempre con su Dios! Altares, oraciones, charlas debajo de alguna Encina… Amistad.

Como la que Dios quiso disfrutar con Adán por las tardes en el huerto. Amistad que nuestros primeros padres perdieron por desobediencia y rebeldía. Por intentar decidir solos lo que les convenía y lo que no. “Una cosa solamente es conveniente”, le dijo a su amiga Marta el mismo Dios encarnado en aquella aldea de Betania: “sentarse a mis pies para escucharme, como lo hace tu hermana María.”
Pero… ¿caminar? ¿Nada más que eso?…

Caminar implica fe. Levantas un pie del suelo, te quedas por una fracción de segundo apoyado en el otro y confías que te va a sostener hasta que asientes el siguiente paso y el ciclo de confianza en cada pie se repite. Caminar se torna más difícil cuanto más lento lo haces. ¿No lo crees? Levántate en este mismo instante del sitio en donde estás y haz la prueba. Perdemos el equilibrio si no avanzamos rápido. Pero con Dios no se corre, se camina. Se camina despacio, porque se disfruta de Su compañía. Si no lo has comprendido aún te estás perdiendo una de las bendiciones más increíbles de la vida. ¡Haz la prueba!

Pensamiento del día:

A Dios no le importa cuán lejos consigas llegar, sino que lo hagas de Su mano.