Esta historia se encuentra en el capítulo 12 del evangelio de Lucas. Este inversionista llegó al punto de que sus ganancias superaban su capacidad de almacenarlas por lo que se dijo a sí mismo: “Construiré galpones más grandes donde guardar todo lo que he ganado y luego me dedicaré a disfrutar.” En verdad, no tiene nada de malo ni trabajar, ni ganar dinero, ni guardar lo ganado, ni siquiera el disfrutar de las utilidades. Lo  malo, es tomar todas estas decisiones sin consultar con el dueño. ¿Qué? ¿Con qué dueño, si el dueño soy yo? YO conseguí el trabajo. YO me capacité para lograrlo. YO invertí mis capitales. YO sudé. Es MÍO…

¿Tuyo? Digamos que contratas a una persona para cuidar tu casa el fin de semana. Le dejas las llaves, dinero e instrucciones y te vas. De regreso, descubres que tu casa ha sido pintada de otro color, los muebles cambiados de lugar, en el jardín posterior fue construida una piscina y la puerta de entrada ya no es de madera sino de hierro antiguo. ¿Qué dirías? Bueno, yo reclamaría al que dejé a cargo de mi casa por qué tomó decisiones sobre algo que no le pertenece, por más que los cambios sean aparentemente buenos ¡No debería haberlos hecho sin permiso!Lo mismo sucede con mi vida y la tuya. No es nuestra, es concesión y permiso de Dios. Todo lo que hagamos con ella debe ser filtrado por Su Voluntad, Su Plan para mi vida. Somos administradores, no dueños. Mayordomos, no terratenientes. El hombre rico de nuestra parábola había creado un mundo que sólo giraba en torno a él. ¿No estarás haciendo tú lo mismo? “Insensato, le dijo Dios. Esta misma noche reclamarán tu vida. ” Y murió. ¿Qué se llevó de todo lo que acumuló? Nada, porque las carrozas fúnebres no cargan equipaje y la mortaja no tiene bolsillos. No seas necio sino sabio, invierte para la eternidad.

Pensamiento del día: Aquel que sólo se ve a sí mismo  es tan necio que no puede ver a Dios.