Cuenta una simpática historia, que en cierto pueblo, un hombre iba todos los días a trabajar a su fábrica, pero antes de ingresar pasaba por una tienda grande del pueblo y se paraba algunos segundos mirando hacia su interior para luego continuar su camino al trabajo. Esto lo hacía cada mañana, cada día, todos los días del año. Intrigado, el dueño de aquella tienda, no pudo soportar más la curiosidad y le esperó en la puerta al siguiente día. “Disculpe usted”, le dijo, “¿Podría decirme con qué motivo se detiene usted cada día mirando hacia el interior de mi tienda?” “Bueno”, explicó aquel hombre, “es que yo soy el encargado de hacer sonar la bocina de entrada en la fábrica cada día y como usted tiene un gran reloj de pie en su tienda, ajusto la hora de mi reloj con el de su tienda para estar seguro que es la hora exacta. Si está mi reloj atrasado o adelantado simplemente lo corrijo y sigo mi camino. ¿No se molestará usted, verdad?” “Claro que no”, exclamó el comerciante. “Pero mire cómo son las cosas, yo ajusto la hora de mi reloj de pie con la sirena de la fábrica. Cada vez que suena observo mi gran reloj en la tienda para ver si necesita corregirse”.

Hay muchas personas en la vida que ajustan el reloj de su existencia según la hora que marcan los demás, acomodándose a las opiniones, a las modas y a los prejuicios de los otros sin ser capaz de ser auténticos. No tienen hora propia y solo se conforman con la comparación con sus semejantes. La imitación absoluta de los demás puede ser un gran error. Y vivir condicionado por el “qué dirán” no te conduce a nada. Claro que debemos imitar las virtudes de los otros y esforzarnos por superarnos cada día, pero vivir vidas prestadas, imitadas y carentes de estilo propio va en contra del plan de Dios para tu vida. Nuestro punto de referencia es Jesús y sólo con la mirada puesta en Él acabarás tu carrera con gozo.

PENSAMIENTO DEL DÍA: Sé genuino. Imitar a los demás es estar desconforme con el proyecto de Dios para con tu vida.