Al espacio de tiempo anterior a que Cristo viniera a nuestro mundo se le llamó la dispensación de La Ley, por estar caracterizada por aquel evento cuando Dios entregó a Moisés los diez mandamientos escritos por su propio dedo en tablas de piedra. Eran las altas normas de ética y moral de parte de Dios, era el código divino que marcaba el estándar o estilo de vida aceptado por Dios.

Estándar que ni el propio Moisés fue capaz de cumplir, mucho menos los demás mortales. Pero entonces, ¿para qué Dios da una ley a sus criaturas si Él mismo que las creó sabe que están imposibilitados de cumplirla?… Dios no nos dio su ley para que la cumplamos sino para que reconozcamos que no podernos cumplirla y busquemos su asistencia. La ley es como el rayo X que revela que tienes cáncer pero no puede curarte o como la balanza en tu baño que te dice que has aumentado otro kilo pero no puede ayudarte en nada a que bajes de peso.

En el caso del rayo X deberás ir al médico y en el de la balanza a la dietista. Pero lo peor que puedes hacer es quedarte ahí, impotente diciendo: “No puedo, no puedo, no puedo”. Si en verdad intentas cumplir a cabalidad la ley de Dios tendrás que reconocer que no puedes.

Cristo vino y aumentó aún más el peso de esa ley cuando dijo: “Moisés os ha dicho no matarás, pero yo os digo: cualquiera que odie en su corazón a su prójimo es un homicida. Moisés dijo No adulterarás, pero Yo os digo: cualquiera que mira a una mujer para codiciarla en su corazón es un adúltero.” ¿Lo ves? La ley de Cristo es aún mucho más exigente que la ley de Moisés, entonces decimos todos: “Y ahora ¿quién podrá defendernos?… Es cuando aparece en escena, majestuoso, Jesús, el Único que fue capaz de cumplir la ley y hoy nos ofrece su vida para que la vivamos y la disfrutemos en gloria para Dios. No te quedes ahí parado, Sí, se puede.

Pensamiento del día:

La ley es como un espejo, te revela que estás sucio pero no puede limpiarte.