Me enteré de una persona que llegó leer 32 páginas en las condiciones del contrato de un teléfono celular nuevo. Esos contratos redactados con letra pequeñísima. “He llegado a la conclusión que esta empresa de telefonía no quiere que se lea su contrato”, exclamó. ¿La razón?… Ya es sabido por todos que hay ciertas condiciones de una transacción o cláusulas que no se desean que sean leías por el comprador, de lo contrario no harían nunca el trato.

Y cuando vas a hacer algún reclamo, salen a la luz esas “condiciones” que siempre favorecen al vendedor y perjudican al comprador. Vivimos en una sociedad donde los mensajes son cada vez más confusos, más incomprensibles. Los esposos no logran comunicarse entre ellos. Los hijos se sienten incomprendidos por sus padres, y los gobernantes de las naciones firman constantemente “tratados de paz” que acaban siempre en guerra.

Ese estado de inquietud y desasosiego debe su causa al descuido que se tiene hacia el Mensaje de los mensajes. Con Dios no es así. Él en su Palabra, la Biblia, no escribió cláusulas en letra pequeña para que no puedan leerse. No es un vendedor que intenta seducir al hombre, su comprador, para ubicar su producto en el mercado y, una vez que ese producto fue adquirido, ¡que se las arregle como sea! No, Dios no te vende la salvación ni te engaña con sus propuestas. Él ha sido, es y seguirá siendo sumamente claro, siempre claro. Es más, Él quiere que se comprenda bien su mensaje. Ha hablado de diferentes maneras, dice el comienzo de la carta a los Hebreos. Y, como si esto fuera poco, nos ha hablado en la misma persona de su Hijo Jesucristo. Él fue “la Palabra”, o sea la representación más exacta del pensamiento de su Padre Dios. Como puedes ver, Dios es una persona confiable, sus propuestas son confiables y su actitud hacia el hombre perdido en sus pecados es totalmente franca, abierta y transparente.

En medio de tantos fraudes y mensajes confusos, Dios y su Palabra siguen siendo la opción más segura donde anclar el destino del alma.

Pensamiento del día:

Las propuestas de Dios no están sujetas a condiciones de contrato escritas con letras pequeñas.