Se cree que fue Alfredo el Grande uno de los precursores en hallar un método para calcular el tiempo después de la puesta del sol. Retrocediendo, podemos imaginar a nuestros antecesores clavando una simple estaca y observando la proyección de la sombra en el suelo. Los chinos, ataban nudos en una cuerda y la prendían fuego, observando el tiempo que tardaba en quemarse. La historia del cálculo del tiempo también cuenta de un reloj de arena, que aún hoy se usa, Etc.

Lo cierto es que el ser humano se vio siempre abocado a la tediosa tarea de observar, impertérrito, el paso del tiempo sin poder hacer cosa alguna más que calcularlo.

Esta tarea se torna pesada para aquellos que no tienen mayor esperanza en el futuro. Aquel que no puede pensar en horizontes dignos o en un mañana más próspero. Como seres humanos, estamos confinados, inevitablemente, al factor: tiempo. Cuando dirigimos nuestra mente hacia Dios, lo temporal no halla cabida. Entramos en la dimensión de lo eterno. Dios es eterno, es atemporal. Sin embargo, este Dios eterno, entra en asociación con el humano, amoldando su eterna esencia a nuestra temporal existencia durante un período de poco más de 30 años, que fue lo que duró su encarnación en la persona de Cristo.

Pero lo más asombroso de esta condescendencia es que, no sólo Él se conformó a nuestra existencia, sino que también nos ofrece de su vida eterna. El concepto de vida eterna puede ser insoportable para quien vive sufriendo. Pero la vida eterna que Dios ofrece no es prolongación de vida, sino la misma vida de Dios, habitando dentro de ti. Una vida de paz, gozo, valor y realización para experimentarla eternamente. Con una vida así, ¡da gusto ver pasar el tiempo! ¿Verdad?

PENSAMIENTO DEL DIÍA:

LA VIDA ETERNA QUE DIOS DA AL HOMBRE NO ES SÓLO CANTIDAD DE TIEMPO, SINO CALIDAD.