¿Cómo definir a ese ser interno que nos habita y sutilmente desea controlarnos?… Orgullo. Rebeldía. Independencia. Todo eso y mucho más. Pero más importante que ponerle nombre es identificarlo, es sentirlo. Su actividad es oculta, mayormente. Se camufla y nos engaña. Bajo el nombre de “concupiscencia” el apóstol Santiago exhibe este fenómeno y advierte acerca de su proceso. Bajo el nombre de “carne” otro apóstol, Pablo, lo presenta en su magna carta a los Romanos. “Separados de mí”, explicó el mismo Jesús, “nada bueno están capacitados para producir”. El tema es que abundan en la Palabra de Dios alusiones al respecto, como para que no tengamos excusa sobre esta funesta realidad. Esta actitud de todo corazón humano ciega el entendimiento y la razón. Nos hace perder oportunidades de ser útiles a los demás. Pero el punto es que nos aleja de las personas. ¡Es tan difícil convivir con el orgullo propio como con un orgulloso! Por más que lo amemos y nos ame, por más que queramos entenderlo, por más que le tengamos paciencia para ver sus cambios, en algún momento, en alguna ocasión, ese “amiguito interno” aflora, estalla y… ¡BUMMMMM! Otra vez la bomba.

La solución está fuera de nosotros, no dentro. La solución es sobrenatural. No se logra la victoria sobre este mal endémico a través de un proceso natural. La solución es espiritual porque el problema es carnal. ¿Nos hemos amigado con nuestro orgullo?… Pues debemos tomar medidas radicales sino queremos descubrir, ya tarde, que no era tan amigo como parecía. Nos destruye de a poco, nos quita las fuerzas, nos hace creer que todos están equivocados, todos menos yo. El “yo”, la “naturaleza carnal”, EL ORGULLO. Quizás sea oportuno considerar las palabras del rey David en su décimo Salmo para despedirnos: “El orgulloso hace alarde de su propia codicia; alaba al ambicioso y menosprecia al SEÑOR. El soberbio levanta insolente la nariz, y no da lugar a Dios en sus pensamientos. Todas sus empresas son siempre exitosas. Se dice a sí mismo: «Nada me hará caer. Siempre seré feliz. Nunca tendré problemas.»

Pensamiento del día:

Señor: Soy un miserable. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?