Sobre el techo de mi casa observo el pasado, exactamente cien años atrás. Por si lo pensaste, no estoy loco, ni el hecho de escribir más de 3000 reflexiones de vida en todas estas “Pausas” me ha hecho perder la razón, (creo). Me estoy refiriendo a la ceniza volcánica del Cotopaxi. Una mole de seis mil metros de altura en los Andes ecuatorianos que acaba de entrar en actividad. Dicen los vulcanólogos que un “tapón” de ceniza de varios kilómetros  obstruye su cráter hacia abajo, hacia el interior de la cámara de magma. Esta, hace presión y expulsa ese tapón poco a poco, hasta que ya no tenga el peso necesario para detener semejante fuerza y erupciona. La ceniza que está expulsando en estos días se calcula que tiene cien años y el viento la trasladó cientos de kilómetros hasta el techo de  mi casa. No estaba tan loco, ¿verdad?

Los que sí están locos son aquellos que “guardan” viejos rencores y antiguos traumas en la cámara magmática de su corazón, hasta que esta explota (mayormente por la boca) arruinando a su paso todo lo que encuentra, cuan una avalancha de odio que sepulta relaciones, amistades y todo ámbito de convivencia. Y cuando digo “guardan”  creo que no exagero, al igual que la ceniza del techo de mi casa, si digo que son rencores de años, de décadas, de ¿casi un siglo?… Generaciones y generaciones de venganza entre familias, emulan las guerras entre clanes de nuestros antepasados. Es que el corazón del hombre y de la mujer no ha cambiado mucho desde Caín, ¿o sí?… Esta realidad de expulsar por la boca la “ceniza” que abunda en el corazón, cobra más peligro al considerar   el efecto del “viento” de los chismes, la crítica destructiva y la murmuración cobarde. Es que si el viento no hubiese soplado tan fuerte, el techo de mi casa hoy estaría limpio. De igual manera, los problemas en las relaciones interpersonales, se solucionan mucho más fácilmente cuando las ofensas se tratan puertas adentro. Lamentablemente nunca falta el chismoso que ventila los problemas al techo del vecino.

Pensamiento del día:

Tanto el que esconde el odio como el que publica la ofensa, hacen el mismo daño.