Cuenta una parábola que dos hermosas piedras azules brillaban en el lecho de un río de montaña y soñaban ambas con ser recogidas algún día, para lucir orgullosas en la corona real de alguna reina, o adornar el collar de alguna princesa, o el anillo de un rey. El día llegó, y aquellas piedras fueron recogidas, es que eran hermosas. El destino que les esperaba era muy diferente del que ellas creían. Una mano tosca las tomó, las hundió en cemento, y a partir de aquel entonces comenzaron a formar parte de una pared junto con otras piedras. ¡Qué inútil se sentían aprisionadas en ese muro! De alguna manera, entablaron amistad con un fino hilo de agua que filtraba dentro de aquel muro y le rogaron que socavara el cemento alrededor de ellas para que pudieran desprenderse. Así sucedió, y al cabo de unas semanas se habían  desprendido de aquella pared rodando hasta el piso. Desde allí abajo, observaron cuál era el lugar que ocupaban en el muro. Allí, bellamente dibujado y adornado con piedras, estaba el rostro del Señor, majestuoso, imponente, pero ciego, sin ojos. Sus profundos ojos azules se habían desprendido. Durante la noche, el guardia barrió esas piedras en el suelo y fueron a parar al basurero para que nadie más se acuerde de ellas.

Pensamos que el plan para nuestras vidas es mejor que el de Dios ¿verdad? Ansiamos lugares, puestos y privilegios, ignorando que la única persona en el mundo que es capaz de cuidar de nosotros mejor aún que nosotros mismos es nuestro hacedor: Dios. Él te ama tanto que te cuidará como a “la niña de sus ojos”. Aquel que estuvo dispuesto aún a morir por ti, te pondrá en un lugar especial aunque tú no lo comprendas desde tu perspectiva actual. Quédate allí, donde Él te puso.

Pensamiento del día:

Sólo viviendo en el centro de la voluntad de dios para tu vida, serás feliz y te sentirás completamente libre.