Estoy frente a la playa de Same, en la provincia de Esmeraldas, Ecuador. Mar de pescadores, pescadores artesanales, de bote, red y sudor. Es su sostén, es su oficio, es su vida. El mar, sus redes y los peces, que cada vez escasean más. Se los llevan los barcos pesqueros, con sus enormes redes que atrapan cardúmenes completos. Así es la vida, los de abajo deben sobrevivir de las sobras de los de arriba. Anocheció. Una tenue luz solitaria en la arena deja ver la silueta de una mujer sentada. Espera con la mirada perdida en el curvo horizonte marino. Su esposo entró hace algunas horas, cuando aún era la tarde, a recoger las redes, y ver si la buena fortuna hoy le había sonreído. Nunca regresó tan tarde. La noche se cerraba, la luz resplandecía cada vez más fuerte en las tinieblas de Same… pero él no regresaba. El corazón de su esposa latía cada vez más fuerte al compás de las olas que mojaban sus pies… Nada… Otra media hora más y… nada. La lámpara se apagó de a poco. AL fin ella regresó a su casa junto a su hombre,  que la llevaba de una mano y en la otra un balde con algunos pequeños peces para la cena y el desayuno. ¿Los peces grandes? Esos son para vender, esa es su ganancia. Pero… ¿y si no hubiese regresado? (Porque sucedió varias veces). Una tormenta en alta mar, una avería en el bongo (bote de madera), algún pez de gran tamaño… El corazón de esa mujer hubiera quedado roto, roto como las redes después de una faena, pero sin poder ser remendado. Roto de por vida. La iglesia, esposa de Cristo, mantiene su lámpara encendida mientras espera que su esposo, Jesús, regrese a buscarla. Vendrá desde la otra orilla, pero no para quedarse, sino para llevarla. Nos subirá a su barca, en las nubes, y nos llevará a su hogar para estar siempre con Él. Tarda, es verdad, también palpita nuestro corazón, pero llegará, lo prometió, y Él no miente. Pronto llegará.

Pensamiento del día:

Cuando veas tu lámpara apagarse recuerda sus promesas que cual olas golpean tu orilla.