En nuestra cotidiana lucha contra el pecado debemos identificar tres áreas en que seremos atacados  y tres estrategias de defensa diferente. Existen los pecados ocasionales o circunstanciales. Esos que cometemos sin premeditarlos. Fuimos “sorprendidos por alguna falta”, Satanás nos engañó, tuvimos un mal día, estábamos débiles y caímos. No hay excusas, para nada, pero ocupan un lugar diferente a otros pecados intencionales y calculados. En este caso la confesión sincera y la supervisión del error cometido para que no se vuelva a repetir y tornarse un hábito puede ser suficiente.

Hay otras situaciones donde el pecado se ha vuelto habitual y ha parasitado nuestra conducta como un huésped oculto y nocivo. Si ese pecado depende de un lugar o una persona específica, algo que tú consciente y voluntariamente vas a buscar pudiendo evitarlo, el consejo de Dios es “córtalo y échalo de ti”. Ya sea tu mano, o tu ojo, tu T.V. o  tu Internet,  ese amigo o esa amiga. En estos casos es mejor perder algo aunque sea valioso para mí en esta tierra que, por intentar conservarlo, perderme la eternidad. En estos casos la resistencia no funciona. Debemos tener una actitud más radical.

Pero está el tercer grupo, no son pecados circunstanciales pues ya se han instalado en mi conducta, pero tampoco dependen de mí como en el caso anterior. Más bien se presentan sin previo aviso o son activados por circunstancias cotidianas que conviven con nosotros, que no podemos evitar, aunque quisiéramos. Estas circunstancias detonan esa debilidad que ya se ha hecho crónica. Aquí, es recomendable el uso inteligente de la Biblia, Palabra de Dios, que cual una escoba limpia el camino del cristiano de toda basura. Memoriza versículos, guárdalos en tu mente, y cuando ese mecanismo de tentación se active, activa tu mecanismo de resistencia repitiendo el texto memorizado a la mañana. Si en tu corazón has guardado sus dichos no pecarás contra Dios. No ignoramos las maquinaciones de Satanás, por lo tanto presentemos una batalla inteligente.

Pensamiento del día:

Es mejor morirse de hambre que pedirle comida al diablo.