Una de las armas que mayor crédito trae a las fuerzas del mal sobre nuestra experiencia de vida, es el sentimiento de culpa por lo sucedido en el pasado. Si ese recuerdo traumático, es debido a daños colaterales que provocamos a alguna persona, vivimos gran parte de nuestras vidas transitando nuevamente esa huella de dolor. Si el recuerdo hace alusión a heridas que nos han provocado, el sabor amargo es el del rencor, que también se torna una pesada carga. Pero de una u otra manera andamos por la vida con “exceso de equipaje”. Así somos muchos de nosotros cuando tratamos con nuestras viejas heridas y pasado traumático. Queremos hacerles saber a todos el dolor que todavía sentimos por algo que nos hicieron o que hicimos en el pasado. Cada vez que podemos, se lo tratamos de echar en cara. Pensamos, ingenuamente, que recordando el dolor y alimentando mi rencor con deseos de venganza, nos cobramos el daño sufrido, cuando, en realidad, sólo hacemos más pesado el resto de nuestro viaje.

Cuando decido olvidar el mal trance y perdonar, me siento liberado. Comprendo que el principal perjudicado era yo mismo al persistir en ese estado de rencor o de culpa. No en vano, el escritor a los Hebreos, refiriéndose a la amargura enraizada, dice: “Despojaos de todo peso”.  Pero vivir recordando pasados traumáticos no le hace bien a nadie. Obvio que no podemos “seleccionar” un párrafo de nuestra vida y presionar “delete” para continuar como si nada hubiese pasado. Al fin y al cabo la memoria es un mecanismo de defensa puesto en nuestro interior por Dios y nos preserva de cometer el mismo error dos veces. Pero ¡cuidado quién tenga la clave de acceso al banco de tus recuerdos! Una memoria bien entrenada será la que te permita olvidar todo lo que no valga la pena recordar. Al margen de cuál haya sido tu pasado, el futuro todavía permanece sin mancha, y allí debes concentrar todas tus energías para volver a empezar.

Pensamiento del día:

Al margen de cual haya sido tu pasado, el futuro todavía permanece sin mancha alguna.