En mi labor de consejero espiritual, cuando confronto a alguien por su conducta, muchas veces me he encontrado con un argumento como el siguiente: “Pero, yo tengo paz de Dios en lo que estoy haciendo, así que lo seguiré haciendo de todos modos”. A lo que yo le respondo: “También Jonás tuvo tanta paz en el barco que hasta se durmió. Sin embargo estaba desobedeciendo tácitamente su voluntad”. No debes confundir “Paz de Dios” con “falsa ilusión de seguridad”. El pecado reiterado, abrazado y no confesado, o confesado livianamente (que da igual), produce en nosotros cierto adormecimiento espiritual donde la conciencia se va silenciando, así llegamos a asumir ese silencio de nuestras conciencias como aprobación de parte de Dios, cuando en realidad Él no ha dicho ni una sola palabra al respecto. Cuando escuchamos solamente lo que queremos escuchar estamos comenzando a perder la audición. A esta actitud el Señor la llamó “tardanza para oír, o sordera de corazón”, refiriéndose a los hipócritas fariseos. A la tibia iglesia de Laodicea también les dijo que tenían oídos pero no para oír, a tal punto que estaba parado a la puerta llamando y ellos ni enterados.
La paz de Dios, la verdadera, se siente adentro, casi no se puede explicar con palabras. Tiene más que ver con el sentir interior que con las circunstancias externas. Aún puedes llegar a experimentar la verdadera paz en medio de la peor tormenta, y puedes estar rodeado de tranquilidad pero yendo en dirección contraria. Por supuesto que Dios se va a encargar de hacértelo saber. Lo hizo con Jonás enviando una fuerte tempestad, a tal punto que la nave se hundía. Cuando decides voluntariamente dar las espaldas a Dios y no escuchas ningún consejo, cada área de tu vida comenzará a meterse en problemas. Es entonces cuando en actitud sincera y arrepentida debes buscar asistencia del cielo y decir: “Me equivoqué”, y volver a empezar.

Pensamiento del día:

Cuando escuchamos solamente lo que queremos escuchar estamos comenzando a perder la audición.