Una de las directrices más extrañas a la experiencia humana es la que postula la Palabra de Dios en la pluma del apóstol Pablo al decir: “Alégrense en el Señor siempre. Otra vez os digo: alégrense.” Suena extraño, ¿verdad?, porque existen motivos sobrados para angustiarse, desanimarse y perder la esperanza. Esta exhortación ni siquiera es un pedido o rogativa, parece incongruente. Pero sigue resonando con la misma fuerza con la que fue pronunciada dentro de aquel calabozo frío y húmedo que albergaba a Pablo. En verdad la vida te presenta sobrados motivos para mantener tu ánimo bien alto. Depende la óptica con la que miremos las cosas que nos rodean y suceden. Veamos. Si tienes salud debes alegrarte o Dios te la quitará para que aprendas a agradecer por ella. Si estás enfermo, alégrate porque es entonces cuando se manifiestan los verdaderos amigos que te vistan, te cuidan y miman. (Si ninguno asoma debe ser porque tampoco tú visitaste a ninguno…) Si eres grande alégrate, porque a tu sombra descansarán muchos necesitados. Si eres pequeño alégrate, porque puedes comprender al desvalido más que ningún otro. Si eres rico, alégrate, por todas las oportunidades que Dios ha puesto en tus manos. Si eres pobre alégrate porque la vida te sujetará menos, y al tener menos peso y cosas de qué preocuparte podrás elevarte más alto y recibir un cuidado especial del Padre con sus provisiones. Alégrate si amas porque eres más semejante a Dios que los demás. Alégrate si eres amado porque hay en esto una predestinación maravillosa que anticipó la fusión de dos seres. Alégrate si eres pequeño, alégrate si eres grande, alégrate si tienes salud o si la has perdido. Alégrate si eres rico, si eres pobre. Alégrate si te aman o si amas. Alégrate siempre, siempre.   Esta premisa es una orden porque no depende de mis emociones sino de mis decisiones. El gozo permanente no es el resultado de una sucesión de situaciones agradables que te hacen sentir bien, no. Es más bien la decisión interior y voluntaria de seguir confiando, de seguir animado porque Él me sostiene.

Pensamiento del día:

El gozo no es un sentimiento, es una actitud de mi voluntad regulada por Dios.