Mayormente nos provoca inseguridad y miedo mostrarnos cuan vulnerables somos. Algunos lo evidencian en la obsesión en su apariencia al salir de la casa a la calle. Otros manifiestan un perfil alegre y hasta “payasesco” entre sus amigos solamente para ocultar el luto que llevan adentro. Pero hay situaciones que escapan de tu control, dispuestas por Dios, donde quedas expuesto tal cual eres. Perdiste todas tus credenciales y tarjetas de crédito y te hallas como un anónimo, en otro país, intentando justificar tu identidad ante la policía migratoria, y dices: “Si estuviera en mi país sabrían quién soy yo.” Te accidentas con tu vehículo, te asisten, llaman a  la emergencia de un hospital con tu ropa sucia, sangrando y mal trecho. ¿Te avergüenza que te vean así?… El punto es que Dios te pondrá en situaciones en las cuales tu único valor es lo que eres por dentro: Tu entereza de carácter, tus convicciones espirituales, tus principios de moral y santidad aún cuando nadie te ve. Todo lo demás son accesorios: “$”, apellido, prestigio y poder de controlar a tu gente… Son esos momentos donde Dios puede hablarte al oído, sin interferencias. En la soledad de una cama de hospital, en medio del abandono de tus conocidos, (como Jesús en el huerto), o  en medio de otros, pero expuesto,  vulnerable, sin “decorados.” Como Job, rodeado por sus amigos, sentado en un montón de cenizas, sin nada que ofrecer más que su corazón angustiado. Al fin y al cabo todos nacemos iguales, desnudos, manchados de sangre, arrugados y llorando frente a un grupo de desconocidos.

Así que concéntrate en que la apariencia de la vida no te vaya cauterizando. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste frente a un desconocido que se ofrecía a auxiliarte? (Porque así comenzaste tu existencia) Será en ese punto de tu vida que comenzarás a nacer de nuevo. ¡Quítate la máscara!

 

Pensamiento del día:

Hay algunos que pasan por la vida pero la vida no pasa por ellos.