Muchos de nosotros solo estamos despertando al hecho de que la recuperación es una parte esencial en la vida. Se deja ver desde el Génesis que el propósito primordial de Dios es restaurar lo que el pecado dañó y recuperar lo que se ha perdido. La verdadera recuperación del ser humano se produce cuando cada individuo llega a reconocer su incapacidad por salvarse y entrega a su Creador el total control de su arruinada existencia para ser restaurada en algo nuevo y mejor. Es permitir que Dios sane nuestra alma herida y todos necesitamos tomar parte en este proceso de curación pues es parte inherente de ser humanos. Sin Dios no hay verdadera recuperación, sólo parches que agotan y frustran tu alma llevándote al desencanto emocional, espiritual y físico. Entristece el ver cómo los humanistas y supuestos sabios alegan progresos humanos pero enajenados de Dios. Es una utopía pretender siquiera ser parte de alguna “evolución” de nuestra especie y al mismo tiempo negar a Quien la creó.

La Palabra de Dios abunda en pasajes que demuestran este daño colateral que ha sufrido nuestra genética humana y la manera de restaurarlo. Cierto día, en el pórtico de Salomón, el apóstol Pedro dictó su discurso y dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas”. Hechos 3:19-21. Aquí podemos observar claramente cómo se empatan ambos hechos, el de la restauración total y futura que aún está por completarse en este “cosmos”, y la urgencia del arrepentimiento como condición indispensable mientras dura este tiempo de espera. No te pregunto si existe algún área de tu ser que necesite recuperarse, porque supongo que sí lo hay, pero te pregunto: ¿lo reconoces?… ¡Ya has dado el paso principal! Busca sanidad en Dios y prepárate para celebrar.

 

Pensamiento del día:

La verdadera exaltación de nuestra raza comienza al reconocer que formamos parte de una “raza caída”.