En verdad uno de los pasajes sagrados más delicados para el alma piadosa es el escrito por el profeta Isaías en el capítulo 26:9 “Con mi alma te he deseado en la noche; y en tanto que me dure el espíritu en medio de mí, madrugaré a buscarte, porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia”. Este texto revela el corazón de alguien que vive enamorado y cautivado por su Señor. Perfectamente podríamos parafrasear estas palabras y adosarlas a un poema romántico o al libreto de una novela de amor. Es que la relación entre el Creador y su criatura demanda amor. Nunca deidad alguna exigió amor de parte de sus seguidores, pero Dios sí. Él quiere que le amemos y que nos dejemos amar por Él. Es por eso que uno de los decretos topicales del Dios del pueblo de Israel y de nosotros hoy, sea: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón.” Él no exige sacrificio, no exige ofrendas, no exige pleitesía déspota, sólo un corazón humillado y contristado que le ame. Esa fue la única pregunta y la única premisa que el Jesús resucitado le hizo a un Pedro avergonzado en la playa de Galilea: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Sí, Señor, tú sabes que te amo. Listo Pedro, no se hable más, posees la condición indispensable. ¡A trabajar!” Cuando esta clase de amor es el motor que mueve tu vida de piedad, el tiempo en comunión se hace corto y, si es necesario, se madruga para encontrarse con Jesús.

Muchas veces necesitamos ser juzgados, como dice la otra mitad del texto arriba citado, para aprender lo que significa una vida de justicia ante la óptica divina. De lo contrario estarás viviendo una religión, no una relación. No pierdas tu tiempo. Mientras todavía dure el espíritu de vida en ti invierte tus días en conocerle, amarle y disfrutarle. Verás como todo lo demás comienza a perder sentido.

 

Pensamiento del día:

Nunca deidad alguna exigió amor de parte de sus seguidores, pero Dios sí.