Dios puede lidiar con nuestras dudas y temores y de hecho hace “intervenciones” diversas y repetidas a nuestra fe como para que le creamos, pero el cinismo y la desconfianza nos alejan de su poder transformador. Con frecuencia las personas dicen que creerían si tan sólo pudieran ver un milagro, pero como señala el relato de los evangelios muchas personas negaron la verdad sobre Jesús a pesar de los milagros que hizo en beneficio de ellos. Es que nuestro sistema de rechazo a creer en lo espiritual está muy bien establecido. Casi con un tono de tristeza el Maestro le preguntó al incrédulo Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, Felipe, y todavía no creéis?”…  Los discípulos que estuvieron en el monte de la transfiguración permanecieron asombrados y se preguntaron:” ¿qué clase de hombre era Jesús?… Ese tipo de apertura facilitó el proceso de su esperanza y bajo el trato tierno, paciente y didáctico del Señor fueron fortaleciendo las fibras de su fe hasta que salieron al mundo y lo dieron vuelta con la revolución de vida que es el evangelio. La tumba vacía fue el broche de oro que su certeza necesitaba y no callaron su verdad aun cuando la espada romana amenazaba sus cuellos.

Cultivar una actitud negativa y pesimista como la del otro discípulo, Tomás, que exclamó: “Hasta que no vea no creeré”, o como la expresión de una fe en crisis que linda casi con la desilusión con el Señor, como la fe de María, hermana de Lázaro, llorando frente a la tumba de su hermano de cuatro días de fallecido, o la de María magdalena, en el jardín del sepulcro aquel domingo muy temprano, que de tanto llorar no lograba ver el milagro que tenía a sus espaldas, solo nos conducirá a una vida de desesperanza crónica que nos acaba y seca paulatinamente. Tal vez necesitemos nuevamente subir al monte para presenciar la transformación de nuestra fe que comienza con la consideración sobre la clase de hombre que Jesús es.

Pensamiento del día:

El que necesita ver para creer es ciego de espíritu.