“Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.” Hechos 8:37

Los primeros tiempos del cristianismo no fueron sencillos. Todo el cuerpo de enseñanzas que Jesús había dejado rompía cultural y religiosamente con lo establecido hasta ese momento. Extender el evangelio por todo el mundo era un desafío difícil de alcanzar en medio de la persecución, la incredulidad y la ausencia de Jesús. Pero en el plan eterno, había un diseño preparado para que esto se cumpliese: la diáspora o dispersión.

Así como las semillas de una planta son llevadas por el agua, el viento o porque explotan sus frutos y crecen en donde caen, así también sería llevado el evangelio desde los orígenes.

En este sentido ocurre una historia muy particular narrada en Hechos de los Apóstoles capítulo 8. Dice el relato que un etíope, funcionario de la reina de Etiopía, regresaba desde Jerusalén en su carro leyendo al profeta Isaías aunque no comprendía lo que leía. Mientras tanto, un discípulo llamado Felipe fue guiado por Dios mismo hacia él para explicarle las palabras de Isaías.

Cuando este hombre logró entender que Jesús había sido la respuesta de esa profecía que estaba leyendo, creyó inmediatamente, se bautizó como señal de esa fe y regresó contento por su camino. Entre lo que el texto nos cuenta acerca de la vida de este viajero, es que era un eunuco.

¿Sabes? El eunuco era un hombre que había sido castrado. Esto era común en muchas culturas que decidían la castración física para aquellos que cuidaban algún harén o para los que servían a las reinas, entre otros motivos. Quizá, este “detalle” es tenido en cuenta por la Biblia para que entendamos que no sería fácil llevar esta condición por la vida.

Sin embargo, el encuentro con Jesús le devolvió la felicidad y regresó contento por su camino. Y así es la dispersión del amor de Dios: llega hasta donde estemos, en la condición que estemos y nos devuelve la dignidad que quizá tengamos perdida. La satisfacción personal es el signo de un entendimiento de lo que soy en Cristo y, cuando entendemos eso, lo llevamos por el mundo.

Pensamiento del día:

Donde el amor de Dios llega, siempre deja fruto.