La identidad, no sólo implica poseer un nombre, un apellido y una cédula que te identifique.

Si esto fuera todo, sería mucho más sencillo constituirse como sujeto y andar por la vida, seguros de sí mismos.

Saber quiénes somos, también es parte de un proceso a través del cual definimos por ende quienes NO somos. Los evangelios, nos relatan la historia de un hombre, un profeta antecesor de Jesús.

Un ser extraño en sus costumbres, lo que hoy podría llamarse un excéntrico o extravagante. Su estilo personal no era el que a muchas de nosotros podría generarnos simpatía sino todo lo contrario, tosco, agreste, comía miel silvestre, langostas y vestía con pieles de camellos.

Pero su vida interior era como una luz, que brillaba intensamente, anunciando la venida de Cristo. Su fe, su convicción y su obediencia, nunca lo corrieron del lugar correcto. La gente de ese entonces, se confundía, creyendo que él era el Mesías. Sin embargo, Juan sabía muy bien Quien era, y Quien No era. Él decía: “El que viene después de mí, es superior a mí, porque existía antes que yo”.

Hoy enfrentamos los días bombardeados con mensajes que nos dicen quién debemos ser. Consejos, para que te acerques, a un estándar demandado por una sociedad, que cree tener en claro a lo que debes llegar físicamente, emocionalmente y socialmente.

Nos confunden con exigencias a las que quizá en lo profundo de nuestro ser no queremos o no necesitamos. Pero las presiones son fuertes y a veces hasta nos desaniman. ¡No te confundas! Anímate a determinar Quien NO eres ni quieres ser. Decir que No, es cuestión de identidad y de seguridad personal.

El personaje de nuestro relato podría haberse puesto en el lugar de Jesús y hecho pasar por él. Hubiese ganado popularidad y fama, aunque sea por un tiempo. Pero no lo hizo y esto definió su propósito en la vida.

Pensamiento del día:

De algún modo aprendemos quienes somos realmente y después vivimos con esa decisión.