Una maestra de escuela dominical refirió a su clase la historia de Andrés, el discípulo de Jesús que fue y buscó a su hermano Simón diciéndole: “Hemos hallado al Mesías”.

Fue en ese contexto que Jesús les dijo: “Venid en pos de mí, que yo os haré pescadores de hombres” La maestra entonces preguntó a su clase: ¿Quiénes pescan hombres hoy en día? Un jovencito respondió: “la policía” La maestra sabiamente contestó: “Sí. La diferencia es que los policías pescan hombres para llevarlos y acusarlos ante el juez, pero Cristo pesca hombres para salvarlos. Aquellos los pescan para meterlos en prisión, Dios para hacerlos libres de sus pecados”.

Este oficio de “pescar” hombres, ya lleva 2000 años de antigüedad. Comenzó en Cristo, Andrés, Simón, Juan, Jacobo, el resto de los apóstoles, los primeros cristianos de la iglesia del 1 º siglo, los mártires que ofrendaron sus vidas por continuar este oficio con implicancias eternas, aquellos que te predicaron a ti y a mí, y seguirá en aquellos a los cuales el evangelio siga alcanzando con su anzuelo de amor y su cordón de gracia tan largo que alcanza los ríos del pecado más profundos.

A diferencia de otros métodos de caza de animales, lo emocionante de la pesca es que no sabes qué es lo que atrapaste hasta que no lo sacas del agua. La agitación es enorme cuando después de forcejear un buen rato, al fin levantas del agua al pez, ves que es de gran tamaño y que valió el esfuerzo.

Por miles de años, personas que para el mundo no tenían valor alguno, nadie quería invertir esfuerzo alguno, fueron rescatados por los poderes de su amor, sacados del mar del mundo, de las profundidades de sus malos hábitos y ubicados en una nueva vida.

La mejor decisión de la vida es dejarse pescar por Jesús y dedicar el resto del tiempo en pescar más hombres.

PENSAMIENTO DEL DÍA:

No muerdas el anzuelo del mundo, aunque la carnada parezca atractiva.