Comencemos por leer el pasaje bíblico que se encuentra en 1 Corintios 7:12-14. La Biblia dice:
«Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consciente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consciente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos».
Pablo está tratando el caso en el cual uno de los cónyuges había llegado a ser creyente, pero el otro todavía no. Algunos creyentes estaban pensando que la mejor solución en este caso sería el divorcio o al menos la separación. Pero Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, y con la autoridad de un apóstol determina la conducta a seguir en esta situación. Dice que si una esposa incrédula está de acuerdo en vivir con un esposo creyente, la obligación del esposo creyente es no abandonar a su esposa incrédula. Igual en el otro caso. Si un esposo incrédulo está de acuerdo en vivir con una esposa creyente, la obligación de la esposa creyente es no abandonar a su esposo incrédulo.
Luego, el apóstol Pablo da la razón para este mandato. Un cónyuge creyente no debe separarse del cónyuge incrédulo, porque el cónyuge incrédulo es santificado en el cónyuge creyente.
Note que el texto habla de santificar y no de bendecir. El verbo santificar, de donde proviene la palabra santificado, significa primordialmente separar. En este caso, la presencia de un cónyuge creyente en un hogar, separa, en cierto modo, a ese hogar del mundo, y le provee de una influencia cristiana, que en la voluntad de Dios puede inclusive conducir a que el cónyuge incrédulo se convierta al Señor en algún momento. Esto no pasaría si el cónyuge creyente se separara.
Es decir que cuando la Biblia habla de que el cónyuge incrédulo es santificado en el cónyuge creyente, no está dando a entender que el cónyuge incrédulo se salva automáticamente debido a su relación con el cónyuge creyente. La salvación es asunto entre Dios y la persona. Si la persona no quiere ser salva, jamás lo será, aun cuando esté unida en matrimonio a un cónyuge creyente.
Además, Pablo prosigue diciendo, que un cónyuge creyente no debe separarse del cónyuge incrédulo, por el beneficio que el cónyuge creyente trae a los hijos de la pareja. La parte creyente pensaba que debía separarse de la parte incrédula para que de esa manera los hijos de la pareja no sean inmundos, pero Pablo dice que lo opuesto es lo correcto. Es decir que la presencia de la parte creyente en la pareja hace santos a los hijos de la pareja, pero si la parte creyente se aleja los hijos de la pareja serían inmundos.
Nuevamente aquí, cuando Pablo dice que los hijos de la pareja son santos, no está diciendo que son salvos, sino que están santificados en el cónyuge creyente, es decir, puestos aparte del mundo para recibir la influencia benéfica del creyente, lo cual eventualmente podría conducir a la salvación a los hijos de la pareja.