La llegada de un niño al mundo es una experiencia única. Se trata de un proceso de espera ansiosa, llena de inseguridades y de cambios no sólo físicos sino emocionales.
Contar ¨Las nueve lunas¨, llenarnos de expectativas, pensar un nombre entre tantos que nos gustan y soñar con parecidos genéticos, son parte de esta larga espera. En medio de tanta inestabilidad, se busca tener seguras algunas cuestiones, por ejemplo el lugar a donde ocurrirá el nacimiento.
Todo lo que surge después, se aprende y se disfruta en medio de mimos, sonrisas, llantos, y biberones. Pero siempre, dar vida es maravilloso.
Los padres de Jesús no pudieron vivirlo de esta manera abiertamente. Es más, María, la madre de Jesús, no vivió dicho alumbramiento en las mejores condiciones, si bien ella sabía que daría a luz mientras atravesaba un viaje, nunca hubiera imaginado un ¨establo¨ cómo lugar apropiado. Allí, lejos de sus parientes, acompañada por José y rodeada de animales, fue valiente para dar a luz a quien sería el Salvador del Mundo, Dios hecho hombre. Nada pudo interrumpir su llegada.
Ambos fueron padres a pesar de todo. Y no cualquier tipo de padres, sino los padres del mismo Hijo de Dios en la Tierra. A veces las condiciones de nuestra vida no son las ideales. Los escenarios en los cuales nos toca vivir están rodeados de incomodidades y limitaciones, pero para Dios hasta un pesebre puede servir de palacio.
Piensa que todo lo que rodeó el nacimiento del Salvador fue simple y sencillo: un pesebre, una estrella guiando, pastores cuidando las vigilias de la noche, un padre carpintero y una madre piadosa, sin embargo, nada detuvo la mano de Dios.
Él no pone el acento en nuestras debilidades sino en Su poder que las perfecciona. Es nuestra obediencia y fidelidad lo que transforma nuestros ¨establos¨ en pedacitos de cielo.
Quizá este fue uno de los mensajes más hermosos de la navidad. Que Dios vino al mundo, se identificó con lo humano y abrió un camino al cielo desde la tierra.
María y José creyeron y esto hizo la diferencia.
Pensamiento del día:
Para Dios, hasta un pesebre puede ser un palacio y un establo un pedacito de cielo.