Había una vez, un maravilloso jardín, situado en el centro de un campo.
El dueño acostumbraba pasear por el al sol de mediodía. Un esbelto bambú crecía y se hacía cada vez más hermoso. Él sabía que su Señor lo amaba y que él era su alegría.
Un día, su dueño pensativo se aproximó a su amado bambú y, con sentimiento de profunda veneración el bambú inclino su imponente cabeza.
El Señor le dijo: «Querido bambú, Yo necesito de ti». El bambú respondió: «Señor, estoy dispuesto; haz de mi lo que quieras». Con su voz grave, el Señor le dijo: «Solo podré usarte podándote.»
«¿Podar? ¿Podarme a mi Señor?
_Si yo no te podara no podría usarte» y «Mi querido bambú, también debo cortar tus hojas»_
El bambú temblando y a media voz dijo: «Señor, córtalas». Dijo el Señor nuevamente: «Todavía no es suficiente, mi querido bambú, debo además cortarte por el medio y sacarte el corazón. Si no hago esto, no podré usarte».
«Por favor Señor» dijo el Bambú «No podré vivir más…
«Debo sacarte el corazón, de lo contrario no podré usarte».
Hubo un profundo silencio…algunos sollozos y lágrimas cayeron.
Después el bambú se inclinó hasta el suelo y dijo: «Señor, poda, corta, parte, divide, saca mi corazón…Tómame por entero».
El Señor deshojó, el Señor arrancó, el Señor partió, el Señor sacó el corazón.
Después llevó al bambú y lo puso en medio de un árido campo y cerca de una fuente donde brotaba agua fresca.
Las aguas cristalinas se precipitaron alegres a través del cuerpo despedazado del bambú… corrieron sobre los campos resecos que tanto habían suplicado por ellas. Ahí sembró trigo, maíz, soya y se cultivó una huerta. Los días pasaron y los sembríos brotaron. Todo se volvió verde… y vino el tiempo de cosecha.
Así, el tan maravilloso bambú de antes, en su despojo, en su aniquilamiento y en su humildad, se trasformó en una gran bendición para toda aquella región.
Morir a nuestras propias vanidades, permite a nuestro Señor hacer una obra de crecimiento en nuestras vidas y a favor de la de los demás.
Pensamiento del día:
No es un tonto el que da lo que no puede conservar, para ganar lo que no puede perder. Jim Elliot