En el siglo pasado un turista americano que visitaba la región de El Cairo, Egipto, quiso ir a conocer a un antiguo sabio, muy famoso que vivía en ese lugar.
Averiguó su paradero y viajó hasta su casa. Fue grande su sorpresa cuando, al entrar a la humilde posada, descubrió que el único mobiliario que llenaba ese lugar era una cama, una mesa y una silla.
Muchos libros, eso sí. Pero ningún otro mueble. Intrigado aquel turista preguntó: “Disculpe amigo, pero ¿dónde están sus muebles?” “¿Y los suyos?” Respondió inmediatamente aquel sabio anciano. “¿Los míos? ¿Cómo que los míos? Yo no tengo muebles aquí, soy turista, estoy de paso”, dijo el extranjero, casi riéndose. “Pues yo también estoy de paso.” Respondió el sabio. “Es triste ver que muchas personas viven en este mundo como si se fueran a quedar a vivir para siempre, acumulando para sí cantidad de cosas innecesarias”.
En esta sencilla historia se revela el secreto de vida que Jesús intentó transmitirnos a nosotros, los mortales. ÉL nos invitó a poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
Habrá un día en que todos tendremos que dar cuenta ante El creador por la manera en que administramos las cosas que Él en su voluntad nos prestó.
Es ese día futuro que debería regular el presente de todos. En aquel día, Dios no te preguntará los metros cuadrados que medía tu casa sino a cuántos hospedaste.
No te preguntará en qué vecindario vivías sino qué clase de vecino fuiste. No te preguntará, tampoco, qué modelo de auto usaste, sino a cuántas personas llevaste a la iglesia en él. Es que todo bien material que pasa por tus manos es concedido por Dios con un propósito y tú debes consultar a Él antes de usarlo arbitrariamente.
Es aquí donde la mayoría de las personas fallamos. Con una actitud indiferente y enajenada de Dios, vivimos nuestras vidas, hacemos nuestros planes y decidimos nuestro rumbo sin tenerle en cuenta.
Es entonces cuando Él interviene con su amor y su disciplina de Padre celoso y nos tira de espaldas al suelo con alguna experiencia traumática, porque parecería que es entonces allí, postrados de espaldas, cuando miramos hacia arriba y no tanto a las cosas de abajo.
Pensamiento del día:
Necesitamos caer de espaldas para comenzar a mirar a Dios.