Veo muchas veces una calcomanía en los vehículos que dice: “tu envidia alimenta mi ego”. Pero la verdad es que todos sufrimos la envidia de alguien. Es curioso porque aunque no tengamos mucho, ni podamos hacer cosas sobresalientes siempre hay alguien que nos envidia y obviamente, la envidia lleva a otros pecados como la murmuración, la crítica destructiva, el chisme y hasta el complot para hacernos fracasar.

El corazón humano definitivamente está impregnado de este pecado. Una vez un amigo me dijo: “te tengo envidia santa”, ¿puede ser esto posible?, por supuesto que no, no existe nada santo en la envidia, ya que esta es el deseo de tener lo mismo, recibir el mismo reconocimiento o es el reflejo de la frustración por no poder alcanzar lo que otros sí lo han hecho.

Cuídate de la envidia, quita eso de tu corazón y de tus pensamientos; sé que es difícil, pues todos luchamos con eso. Alégrate con la alegría de los demás, piensa en que Dios le dio esa oportunidad, privilegio o ración de bien para que él lo disfrute y para que tú reflejes el amor de Dios en tu vida. Cuéntale a Dios de tu vida, tómate un café con Él.