La Biblia presenta básicamente dos requisitos que deben cumplir las personas que desean casarse siguiendo el patrón bíblico, por supuesto. El primero es muy sencillo, debe ser entre personas de distinto sexo. Tal vez le parezca que está por demás pensar en esto como un requisito, pero dadas las circunstancias actuales cuando se tiende a ver como algo normal los matrimonios entre personas del mismo sexo, es indispensable señalar que esa institución establecida por Dios llamada matrimonio, desde su mismo comienzo da por sentado que debe ser entre un hombre y una mujer. El segundo requisito que deben cumplir las personas que desean casarse es que los dos deben ser creyentes, los dos deben haber nacido de nuevo, espiritualmente, por medio de haber recibido al Señor Jesucristo como su único y salvador personal. Amós 3:3 dice: ¿Andarán dos juntos,  si no estuvieren de acuerdo?

Si no hay acuerdo en las convicciones espirituales entre los contrayentes no se deben casar. Esto se ratifica en textos como 2 Corintios 6:14 donde dice: No os unáis en yugo desigual con los incrédulos;  porque  ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?  ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?  ¿Y qué concordia Cristo con Belial?  ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?

Si uno de los contrayentes es creyente y el otro incrédulo y los dos se casan, están unidos en yugo desigual, algo que es contrario a la voluntad de Dios. Aparte de estos requisitos, la Biblia no presenta ningún otro requisito para que los creyentes se casen entre ellos. En consecuencia, el hermano de quien habla su consulta, no tendría ningún problema en casarse con aquella hermana, por cuanto es mujer, es creyente. Tal vez dirá: Pero, ella, siendo creyente se unió a un hombre incrédulo y procreó un hijo con él. Efectivamente, ese es el caso. La hermana ciertamente cometió un grave pecado. La Biblia lo llama fornicación, palabra que significa el uso del sexo en una forma no establecida por Dios. Pero, hasta donde entiendo, esta hermana ha reconocido su pecado, seguramente lo ha confesado al Señor, ha abandonado el pecado, porque se ha separado de ese hombre incrédulo, y se ha reconciliado con el Señor, por tanto, ha sido perdonada y limpiada por Dios. 1 Juan 1:9-10 dice: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Sin embargo, todo pecado tiene su consecuencia, y en el caso de la hermana que está por casarse existe un hijo de por medio. Es de esperarse que esta hermana haga todo lo que esté a su alcance para que ese niño crezca en disciplina y amonestación del Señor. El hermano que pretende casarse con ella debe saber con precisión lo que hubo en el pasado de ella y si aun así el Señor muestra al hermano que la voluntad del Señor es que se case con ella, no hay ningún problema. Por estar en la voluntad del Señor, los tres, él, ella y el hijo de ella, tienen todo el derecho para vivir felices bajo la guía y provisión del Señor.