Tanto ella como su esposo eran incrédulos cuando se casaron. Después de casados, ella llegó a conocer a Cristo como Salvador pero su esposo todavía no. Esto ha sido fuente de conflicto en la relación matrimonial. El esposo no permite que ella vaya a la iglesia y no está de acuerdo con que ella ya no fume, ya no tome licor, y ya no quiera ir a fiestas. Últimamente ella ha comprobado que su esposo tiene una amante. El esposo lo ha admitido y ha prometido ser fiel a su esposa. Ella tiene mucho temor de que su esposo vuelva a serle infiel y está pensando separarse de él. Nos pide consejo.

Me gustaría comenzar por animarle en medio de la difícil prueba que está soportando. No debe ser nada fácil para Usted tener que compartir la vida con un hombre que desprecia todo aquello que tenga que ver con Cristo y con los que son discípulos de Cristo, y con un hombre que atenta contra lo más precioso para una esposa, la fidelidad.

Sugiero hoy más que nunca que Usted se acerque más al Señor porque solo en él hallará la fortaleza y el consuelo que tanto necesita. Haga suyos textos como Salmo 55:22 donde dice: “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo.”

Pasando al drama que está viviendo, veo que hay dos cosas que será bueno manejarlas por separado.

La primera, lo que tiene que ver con su esposo y la oposición hacia Usted por cuanto Usted es hija de Dios.

La segunda, lo que tiene que ver con su esposo y el adulterio que ha cometido.

En relación con lo primero, me gustaría citar el texto que se encuentra en 1ª Pedro 3:1-2 donde dice: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa.”

El principio de sumisión de la esposa al esposo, aplicable a toda esposa en general, reviste mayor importancia cuando se da el caso que justamente Usted está viviendo. Es decir cuando la esposa es creyente y el esposo es incrédulo. La enseñanza del Señor por medio del apóstol Pedro es muy sencilla.

Lo que Pedro está diciendo a la esposa creyente es que se someta a su esposo incrédulo, para que su esposo incrédulo pueda llegar a conocer a Cristo como Salvador, sin necesidad de palabras, por el comportamiento de ella como creyente, al ver él su conducta pura y reverente para con Dios. Esto es lo que yo llamo un mensaje sin palabras.

La conducta de la esposa creyente debe ser tan buena, que el esposo incrédulo constantemente está recibiendo un mensaje sin palabras por parte de ella. Este mensaje afirmará lo siguiente: Yo actúo así porque tengo a Cristo en mi corazón, si tú quieres actuar de la misma manera, tú también necesitas a Cristo en tu corazón.

De modo que, pare por ahora esto de predicar un sermón a su esposo incrédulo cada vez que lo tiene al frente. Su esposo incrédulo ya ha oído de Usted el evangelio. Ya no necesita oír más por ahora. Lo que necesita su esposo incrédulo es ver en Usted lo que hace el evangelio. Su esposo incrédulo necesita ver en Usted a una mujer transformada. Una mujer sumisa, una mujer alegre, una mujer dedicada a su hogar, una mujer pulcra, una mujer cariñosa, una mujer respetuosa.

Pero si su esposo ve en Usted a una mujer rebelde, una mujer amargada, una mujer desordenada, una mujer desalineada, una mujer fría, apática, una mujer que lo único que sabe hacer es quejarse de todo, entonces en lugar de atraer a su esposo hacia Cristo, Usted estará alejando a su esposo de Cristo.

La única situación cuando es factible que Usted no se someta a su esposo, es cuando su esposo le pida hacer algo expresamente prohibido por la palabra de Dios. Usted ha dicho que su esposo no está de acuerdo que Usted haya dejado de fumar, de tomar licor y de ir a fiestas.

Con mucho tino y amor, Usted podría razonar con su esposo acerca de que no se siente bien practicando estas cosas porque eso atenta contra su salud y es algo que no le agrada a Dios. Sería de esperarse que su esposo le comprenda y acepte que Usted ya no participe en estas actividades.

A mí me es difícil entender que un esposo se sienta mal porque su esposa no fume no beba licor y no vaya a fiestas. A lo mejor su esposo está pensando que antes de ser creyente Usted era alegre y ahora que es creyente Usted se ha puesto triste.

¿No será que Usted está adoptando una conducta mística de permanente ejercicio contemplativo? No. Recuerde que la vida cristiana no es poner cara de pocos amigos. Muestre que Usted es una mujer que goza de la vida, pero su gozo ya no está en cosas frívolas como fumar o tomar licor o en las fiestas, sino en su relación con Cristo.

Si su esposo insiste en que Usted no debe ir a las reuniones de la iglesia, hable con él. Dígale que a Usted le gustaría reunirse con sus hermanos en la fe, porque así podrá ayudar a otros y ser ayudada por otros.

Pero dígale también que por amor a su esposo, Usted está dispuesta a someterse a él y no va a ir a la iglesia en contra de la voluntad de él. Esta conducta puede hacer que su esposo en algún momento permita que Usted pueda ir a las reuniones de la iglesia. Sobre todo tenga paciencia con su esposo incrédulo. No exija de él cosas que él no está en capacidad de hacer. Mientras sea incrédulo, su esposo jamás le motivará a orar, a estudiar la Biblia, a ir a la iglesia, etc.

Pero no se desespere. Confíe en el Señor que su esposo algún día recibirá a Cristo como Salvador, y podrá manifestar la conducta de un hombre de Dios.

Muy bien. Ahora me gustaría referirme a la situación del adulterio de su esposo. Como hombre incrédulo que es, su esposo ha cometido algo que es propio de los incrédulos. Algo por lo cual los incrédulos inclusive se jactan. No estoy justificando el adulterio de su esposo. Es algo condenable bajo todo punto de vista. Usted ha vivido ya la lacerante experiencia de la infidelidad de su cónyuge. Habrá una mezcla de emociones dentro de su ser. Se sentirá defraudada, desilusionada, traicionada, airada, humillada, y todo lo demás. Deseará vengarse, acabar con todo, etc.

Todas estas emociones son inevitables pero si Usted se deja controlar de estas emociones echará a perder su propia vida. Hasta donde sabemos, Usted ha confrontado a su esposo con el adulterio y él lo ha reconocido. Me imagino que le habrá pedido perdón, porque según lo que Usted ha dicho, su esposo ha prometido no volver a serle infiel en el futuro. Lo que corresponde en este caso, es que Usted perdone a su esposo.

El perdón es el mejor favor que Usted se puede hacer a Usted mismo. Al perdonar a su esposo, Usted no le está haciendo ningún favor a él sino que se está haciendo un favor a Usted mismo.

El perdón es una especie de detergente que limpiará su alma de esos sentimientos de desilusión, traición, ira, humillación y derrota. El perdón no es una opción para Usted sino una obligación.

Note lo que dice Efesios 4:32 donde dice: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

No es cuestión de que si Usted quiere perdona y si no quiere no perdona. No. Usted debe perdonar en la misma medida que Usted fue perdonada por Dios en Cristo. El perdón no es sinónimo de olvido. El perdón es un compromiso que Usted se hace con Dios para no tomar venganza de aquel que le ofendió. Cuando exista verdadero perdón, Usted mirará y tratará al ofensor como si nunca hubiera cometido la falta que cometió en contra de Usted. No es fácil perdonar, pero Dios nos ha mandado perdonar, y si él lo ha hecho es porque él sabe que somos capaces de perdonar.

De modo que, Usted debe perdonar a su esposo. Eso no necesariamente va a garantizar que su esposo nunca más le sea infiel, pero es su deber a la luz de lo que enseña la Biblia. Si su esposo ha reconocido su falta y ha abandonado ese pecado, no hay razón para pensar en una separación.

La separación sería factible solo en el caso que su esposo, reconociendo que está en adulterio persiste en vivir en adulterio. Si este fuera el caso, Usted no tiene por qué tolerar el pecado de su esposo.

Así que, no le queda más que perdonar y mirar el futuro con optimismo confiando en que en un día no muy lejano su esposo llegue también a ser un hijo de Dios.