Un amigo mío ha escuchado una enseñanza bíblica según la cual cuando un creyente muere no va al cielo sino hasta cuando resucite de entre los muertos. A mí me han enseñado que tan pronto un creyente muere va al cielo. Ahora tengo duda. Por favor acláreme este asunto.

Para ello, quisiera tomar dos pasajes bíblicos en los cuales la Biblia se pronuncia con claridad meridiana acerca de su duda.

El primero se encuentra en Lucas capítulo 16. Se trata de la historia relatada por el Señor Jesucristo sobre un mendigo llamado Lázaro y un rico. El mendigo confió a Dios el destino de su existencia después de la muerte mientras que el rico no se preparó para su existencia después de la muerte. El rico simplemente vivió para acumular riqueza olvidando totalmente a Dios y a lo que iba a ser de su existencia después de la muerte. Pues a los dos les llegó el momento de partir de este mundo.

La muerte acudió puntualmente a la cita con ambos. Lázaro el mendigo se preparó para ese encuentro. El rico no estaba preparado para ese encuentro. Note como Jesús relata la cita de la muerte con nuestros dos amigos. Leo en Lucas 16:22-23 donde dice: “Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al Seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.”

Allí lo tiene. Murió Lázaro, el mendigo, e inmediatamente fue trasladado por una comitiva de ángeles de Dios al Seno de Abraham. El seno de Abraham, mi amiga, es una figura de dicción para indicar el paraíso o la presencia de Dios, o el cielo.

No hubo sueño del alma, no hubo tiempo de espera hasta la resurrección. En un instante ocurrió la muerte y en el instante siguiente Lázaro estuvo en el seno de Abraham. Con el rico en cambio, en un instante ocurrió la muerte y en el instante siguiente alzó sus ojos y se halló en el Hades, estando en tormentos.

Ahora analicemos otro pasaje bíblico donde también se trata el asunto que a Usted le interesa. Se encuentra en 2ª Corintios 5:6-9 donde dice: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables.”

El creyente puede vivir en uno de dos lugares, o en el cuerpo mientras esté en este mundo, o mientras la muerte no haya sobrevenido, o en el cielo, en la presencia del Señor, tan pronto ocurra la muerte.

Para el creyente, la muerte es el momento de mudanza. Deja de vivir en el cuerpo y pasa a vivir en el cielo con Dios. En palabras del Apóstol Pablo esto suena así: Si estamos presentes en el cuerpo, estamos ausentes del Señor. Si estamos ausentes del cuerpo, estamos presentes al Señor.

Por esto estamos convencidos que cuando un creyente muere inmediatamente pasa a la presencia del Señor. Obviamente, esta existencia del creyente en la presencia del Señor, después de la muerte, es sin cuerpo. El cuerpo del creyente muerto habrá quedado en la tumba en algún lugar en la tierra, esperando la resurrección.

Cuando ocurra la resurrección, los creyentes que están en la presencia del Señor, se revestirán de cuerpos glorificados y con cuerpos glorificados permanecerán en el cielo, ante el Señor por la eternidad.

Algunas sectas falsas enseñan que después de la muerte, el creyente entra a un estado de inconciencia, llamado el sueño del alma, del cual despertará el momento de la resurrección. Pero la Biblia no apoya esta creencia.