Éxodo 22:10-11 dice que se debe jurar, pero Mateo 5:34 dice que no se debe jurar en ninguna manera. ¿Cómo se debe entender este asunto?

Apreciamos mucho su consulta y con mucho gusto procedo a clarificar este asunto importante. Demos lectura al texto que se encuentra en Éxodo 22:10-11 donde dice: «Si alguno hubiere dado a su prójimo asno, o buey, y oveja, o cualquier otro animal a guardar, y éste muriere o fuere estropeado, o fuere llevado sin verlo nadie; juramento de Jehová habrá entre ambos, de que no metió su mano a los bienes de su prójimo; y su dueño lo aceptará, y el otro no pagará.»

Efectivamente, en este versículo y en algunos otros en el Antiguo Testamento, se exhorta a hacer juramento. La práctica de hacer juramento tiene raíces muy profundas en el Antiguo Testamento. Un hombre hacía un juramento para afirmar la verdad de las palabras que hablaba. El juramento era una maldición que ponía sobre sí mismo si su palabra no era cierta, o si no cumplía su promesa.

En 2ª Samuel capítulo 19, el rey David hizo precisamente eso. En el versículo 23 leemos: «Y dijo el rey a Simei: No morirás. Y el rey se lo juró.»

Ahora bien, esto era una promesa, un compromiso que David había hecho. El rey que había dado su palabra «no morirás» se puso a sí mismo bajo maldición para mostrar que estaba decidido a cumplir lo que había prometido.

Esta era la costumbre del Antiguo Testamento y era algo legítimo y aceptable. Cuando una persona comparecía ante un juez, y hacía juramento, era lo mismo como en la actualidad cuando se hace legalizar un documento ante un notario. El juramento tenía un efecto vinculante en los participantes de un contrato.

Había distintas maneras de hacer juramentos. Se juraba por la vida de una persona. Se juraba por la vida del rey. Se juraba por el templo. Se juraba por el oro que era parte del templo. Se juraba por el cielo, se juraba por la tierra, se juraba por Jerusalén. Y obviamente, se juraba también por Jehová.

Todo lo dicho, para que Usted vea que los juramentos eran una práctica normal de la vida de Israel en el Antiguo Testamento. Cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos que el Nuevo Testamento no prohíbe hacer juramentos.

El apóstol Pablo lo hizo cuando en 2ª Corintios 1:23 dijo: «Mas yo invoco a Dios por testigo sobre mi alma, que por ser indulgente con vosotros no he pasado todavía a Corinto.»

Pablo utilizó un juramento al estilo del Antiguo Testamento para indicar que Dios era testigo de que lo que estaba diciendo es verdad. Cuando Jesús fue interrogado ante Caifás, note lo que dice Mateo 26:63-64 «Mas Jesús callaba. Entonces el Sumo Sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo»

El sumo sacerdote puso a Jesús bajo juramento cuando le dijo: Te conjuro por el Dios viviente. Quería decir: Con el Dios viviente como testigo, dime la verdad. Jesús le dijo: Tú lo has dicho. O: Es verdad lo confieso. Así Jesús fue puesto bajo juramento y lo tomó. Dios mismo se puso bajo juramento.

Observe lo que dice Hebreos 6:13-14 «Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente».

Dios afirmó sus palabras con juramento. Así, en el Nuevo Testamento tenemos que Pablo se puso a sí mismo bajo juramento; Jesucristo fue puesto bajo juramento y respondió bajo juramento y de Dios mismo se dice que ratificó su palabra a Abraham poniéndose a sí mismo bajo juramento.

Sobre este fundamento, vamos a leer lo que dice Mateo 5:33-37 «Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blando o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.»

Lo que uno ha prometido o declarado y está ratificado con un juramento está obligado a cumplir o debe ser algo verdadero. Esa es la clara enseñanza en lo que tiene que ver con los juramentos.

¿Entonces qué es lo que quiso decir Jesús cuando dijo: No juréis en ninguna manera? Lo que descubrimos en este pasaje es que, mientras el Antiguo Testamento autorizaba el juramento para legalizar un acuerdo entre dos personas, los juramentos habían llegado a ser necesarios porque los hombres habían llegado a ser en extremos engañadores y mentirosos. No se consideraba cierta la palabra de ningún hombre, todas las personas eran en principio consideradas como mentirosas.

Jesús no está diciendo: No permitan ser puestos bajo juramento, porque él mismo permitió ser puesto bajo juramento por Caifás. Lo que Jesús en realidad está diciendo es: Que sus promesas, o sus palabras, o sus declaraciones sea tan verídicas que nadie siquiera piense que necesita ponerles bajo juramento debido a que les considera sospechosos de estar engañando.

Puesto de otra manera, dice Jesús, Ustedes deben ser tan honestos y trasparentes que no deben tener necesidad de ratificar lo que prometen o dicen por medio de algún juramento de cualquier tipo. Por eso, su hablar debe ser: Sí, sí; no, no.

La meta de nuestro hablar debe ser tal que lo que yo diga sí, significa sí. Lo que yo diga no, significa no. El Señor está demandando que el hablar de uno sea tan digno de credibilidad que nadie tenga que debatir acerca de lo que quisimos decir. En esencia, Dios quiere que seamos tan honestos y verídicos que de ninguna manera se haga necesario algún juramento para hacer que la gente crea lo que decimos.

Por esto Usted habrá oído que un creyente no debe jurar. Lo malo no está en el hecho de jurar, sino en el hecho de tener que recurrir a un juramento para que la gente crea que lo que uno está diciendo es la verdad. Vistas las cosas de este modo, se desvanece toda aparente contradicción entre la enseñanza del Antiguo Testamento sobre los juramentos y la enseñanza de Jesús acerca del mismo asunto.