A pesar de que el creyente genuino tiene el poder para no pecar, lamentablemente peca de vez en cuando. Si un creyente dice que no peca, se engaña a sí mismo. Esto es lo que la Biblia dice en 1 Juan 1:8 donde leemos: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” Además de engañarse a sí mismo, el creyente que dice que no tiene pecado hace a Dios mentiroso. Esto es algo muy grave. 1 Juan 1:10 dice: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.”
Es por este motivo, que Dios ha diseñado la forma de tratar el pecado en el creyente. Note lo que dice Proverbios 28:13 “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” Dios demanda dos cosas del creyente que ha pecado. La primera es confesar y la segunda, apartarse del pecado cometido.
Caso contrario, es decir si el creyente encubre sus pecados, Dios dice simplemente que ese creyente no prosperará. Por supuesto que antes de confesar el pecado, el creyente debe reconocer que ha pecado.
Muy bien. Sabiendo que el creyente que ha pecado debe reconocer su pecado, confesar su pecado y apartarse de su pecado, la pregunta lógica es: ¿A quién se debe confesar el pecado? Veamos lo que la Biblia dice. Leo en 1 Juan 1:9 “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
En este texto hay uno que confiesa, otro a quien se lo confiesa, y el resultado de todo el proceso de confesión. Es obvio que quien confiesa es el creyente que ha pecado, pero no es tan obvio a quien se lo confiesa.
Para identificarlo, es necesario saber a quién se refiere el pronombre “él” en la frase que dice: él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados. Un examen del texto desde 1 Juan 1:5 mostrará que el pronombre “él” se refiere a la persona de quien se está hablando en 1 Juan 1:5 donde dice: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos; Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.” Está hablando de Dios. El pronombre “él” de 1 Juan 1:9 se refiere entonces a la persona de Dios. La confesión se debe hacer a Dios.
Con esto concuerdan otros pasajes de la Escritura como Salmo 32:5 en donde encontramos a David confesando. Ponga atención a lo que dice este texto: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” El resultado de todo el proceso de confesión es perdón de Dios y una conciencia limpia.
Todo esto cobra mucho sentido cuando reconocemos que todo pecado, cualquiera que sea, en último término atenta contra la santidad de Dios. Es imperativo por tanto que el pecado del creyente se lo tenga que confesar a Dios. El verbo confesar, en el idioma que se escribió el Nuevo Testamento, es un verbo que literalmente significa: hablar lo mismo.
Cuando un creyente confiesa a Dios un pecado, está hablando lo mismo que Dios acerca de ese pecado. Esto es confesar. Al confesar un pecado, el creyente está diciendo a Dios: Estoy totalmente de acuerdo contigo en que lo que yo hice atentó contra tu santidad. En respuesta a la confesión, Dios perdona el pecado y limpia de toda maldad.