Es conocido que la ley de Moisés tuvo el propósito de mostrar al hombre cuán hundido está en el pecado y cuán imposibilitado está de cumplir por sí mismo con las demandas de Dios para ser salvo.
Romanos 3:19-20 dice: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.”
Cuando por medio de la ley quedó claro que el hombre no puede cumplir con los requisitos de Dios para ser salvo. Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley. Jesucristo cumplió con la ley y sin embargo murió como si hubiera infringido la ley. ¿Por qué? Pues porque estaba pagando el pecado de todos los que no podemos cumplir con la ley para ser salvos.
La resurrección de Jesucristo es prueba de que Dios aceptó esa ofrenda por el pecado. A partir de ese momento, la salvación es otorgada a todo aquel que por fe recibe a Cristo como Salvador y los así salvados quedan libres de tener que cumplir con la ley de Moisés. Ellos forman parte de la iglesia.
Si el Nuevo Testamento no tuviera ningún principio en cuanto a lo que la iglesia debe dar al Señor, la iglesia tendría que regresar a lo que estaba en vigencia antes del establecimiento de la ley de Moisés, en cuanto al diezmo. Tendríamos que entregar a Dios el 10% de todos nuestros ingresos. Pero el Nuevo Testamento contiene todos los principios que rigen el dar a Dios. No se puede llamar a esto el diezmo, porque al menos en lo que a cantidad se refiere no se establece una fracción rígida que se debe dar.
Note por ejemplo lo que dice 1 Corintios 9:6-7 “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre.”
Luego de animar a dar al Señor con generosidad, viene inmediatamente ese principio importante para el dar: Cada uno dé como propuso en su corazón. No dice: Cada uno dé el diezmo, o el 10%, el 5%, el 15%, el 20, o el 30 o el 50 o el 100%. Dice: Cada uno dé como propuso en su corazón.
Esto habla de una fracción previamente acordada de forma voluntaria entre el dador y Dios. Inclusive esa fracción puede ser variable, a eso parece apuntar la frase: según haya prosperado en 1 Corintios 16:2 donde dice: “Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas.”
Una vez más, la instrucción no es en el sentido de poner aparte el diezmo, una fracción fija, sino de poner aparte algo, lo que cada uno haya propuesto en su corazón. Esto debería ser: según haya prosperado, algunas veces, la proporción puede ser mayor, otras veces, la proporción puede ser menor. Así es la voluntad de Dios en cuanto al dar. Son instrucciones claras y precisas que no establecen una fracción o proporción fija.