A decir verdad, solamente cuando los creyentes estemos en el cielo estaremos libres de caer en cualquier pecado. Triste y lamentablemente, mientras estamos en este mundo, somos propensos a pecar, a pesar que somos genuinos creyentes.

La Biblia reconoce este hecho. Hablando de verdaderos creyentes, note lo que dice 1 Juan 1:8 y 10 “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.”

Es justamente por esta triste realidad, me refiero a que los verdaderos creyentes pueden pecar, aunque no deben hacerlo y aunque tienen el poder para no hacerlo, que la Biblia habla de lo que debe hacer un creyente cuando cae en cualquier pecado. 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.”

Aquí me gustaría introducir un concepto importante. El hecho que un genuino creyente cometa un pecado y lo reconozca y lo confiese a Dios y se aparte del pecado, no hace que ese creyente pierda su salvación. Con toda seguridad, ese creyente tendrá que sufrir la consecuencia de ese pecado, pero no perderá su salvación.

La Biblia es clara al afirmar que un verdadero creyente, una vez salvo, es para siempre salvo. Note lo que dice Juan 10:27-29 “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Esta seguridad de salvación, no debe de ninguna manera, ser tomada en el sentido de una licencia para pecar, porque como ya se dijo y lo vuelvo a repetir, un verdadero creyente se caracteriza por no hacer del pecado una práctica en su vida.

Cuando el Apóstol Pablo enseñaba que el pecador redimido es salvo para siempre, la gente de su tiempo le acusaba de que estaba predicando licencia para pecar. Es esa idea de que como ya soy salvo puedo pecar lo que quiera, porque no puedo perder la salvación.

Pablo refutó este errado concepto cuando dijo lo siguiente según Romanos 6:1-2 donde dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”

¿Nos entregaremos al pecado, porque una vez salvos, para siempre salvos? Pablo dice: De ninguna manera. La razón es muy sencilla: Porque los que hemos muerto al pecado, no podemos vivir en el pecado.

Si una persona dice. Yo recibí a Cristo como mi Salvador y en consecuencia soy para siempre salvo, por tanto, voy a cometer todos los pecados que quiera. Nada puede hacer que pierda mi salvación, lo único que está demostrando es que nunca jamás ha nacido de nuevo, porque sigue siendo un esclavo del pecado.

Los verdaderos creyentes hemos dejado de ser esclavos del pecado, aunque desafortunadamente puede ser que a veces cedamos a la tentación a pecar, en cuyo caso tenemos que aplicar a nuestra vida lo que dice Proverbios 28:13 “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.”

De modo que, si un creyente verdadero ha cometido un pecado y justamente ocurre el arrebatamiento en ese momento, ese creyente será arrebatado. Porque ya es salvo, aunque no tuvo tiempo de confesar y separarse del pecado que acaba de cometer.